Por Enmanuel
George López
Las
construcciones de género tienen un impacto diferenciado en las relaciones
sociofamiliares para mujeres y hombres. Para las primeras, los roles
tradicionales las confinan a las labores domésticas, el cuidado de niños,
adultos mayores y la atención de sus maridos. Mientras, los varones cargan
sobre sus hombros las decisiones de trascendencia y la consagrada tarea de
mantener económicamente.
El patriarcado
tiene fuerte arraigo desde el propio núcleo familiar y otorga, dentro de
quienes componen este ámbito, especial privilegio a los hombres. La situación
gana en rigidez por la invisibilidad de modelos alternativos de familias y de
dinámicas intrafamiliares sustentables.
Legislativamente
hablando, Cuba intenta cambiar esa realidad. El pasado septiembre fue publicada
la versión 22 del anteproyecto del nuevo Código de las Familias, para su
análisis y posterior aprobación por cubanas y cubanos. El documento no intenta
imponer dinámicas en el hogar ni nuevos tipos de familias, sino reconocer
aquellas existentes y generar relaciones de convivencia respetuosas dentro de
ellas y hacia las otras.
La norma
jurídica tiene ante sí el desafiante encargo de remover mentalidades
conservadoras y prácticas machistas. A partir de diversos títulos, son
validadas responsabilidades, deberes y actitudes en los varones que significan
romper con posturas retrógradas de cómo participar en este espacio.
Pero estos
propósitos suponen un ataque contra el modelo heteronormativo tradicional de la
familia y contra la hegemonía acostumbrada de los hombres como “pater familia”.
Derechos, género y masculinidades: ¿un
debate nuevo?
No es insólito
el debate suscitado por el documento en cuestión. Existen numerosos
desencuentros marcados por diferentes sectores sobre contenidos, alcance, así
como la modalidad de su aprobación.
Hablar sobre
la familia como institución donde todas las personas guardan relación deviene
en numerosas opiniones de cómo actuar conforme a ella. Sumado a eso, el empeño
del anteproyecto en representar – en igual condición y amparo- los diversos
modelos familiares con respecto a la preconcebida, supone al menos resistencia.
Ello explica la amplia gama de reacciones ante asuntos hasta ahora considerados
inamovibles.
Las
legislaciones que suponen un cambio de prácticas enraizadas en la cotidianidad
suelen ser sujeto de encarnizadas discusiones. Este escenario rememora etapas
pasadas donde las leyes avizoraban cambios en el entramado de las relaciones
sociales y de género en específico. Particularmente los hombres, en su mayoría,
han reaccionado a estos cambios como una disputa por sus parcelas de poder.
Hacia 1918 con
la aprobación del divorcio en Cuba, una ola de críticas y desencuentros
tuvieron lugar en varios escenarios. Careos políticos, debates entre
organizaciones y artículos de prensa fueron algunas de las repercusiones de
esta ley. El conflicto se manejaba como una pérdida de autoridad y control de los
hombres sobre sus esposas.
Nuevamente las
confrontaciones en lo jurídico se evidenciaron a principio de los años 30,
alrededor del sufragio femenino en el país. En aquel entonces, el temor de
incluir a las mujeres en la vida política y darles el voto en la toma de
decisiones fue expresado bajo diversos criterios misóginos. Opinaban que ellas
desconocían tanto el ejercicio como su importancia o seguirían fielmente el
criterio de sus maridos.
Más cercano en
el tiempo, la aprobación en 1975 del Código de la Familia vigente trajo consigo
el cuestionamiento de muchos hombres a contenidos particulares del mismo. La
ampliación de responsabilidades, la cooperación en las tareas domésticas o las
exigencias de tipo afectivas con hijos e hijas fueron aspectos que evidenciaron
la buena salud del machismo cubano.
Hoy el seno
familiar vuelve a ser ese espacio en disputa. En él se ha retroalimentado
periódicamente el desequilibrio de poder y la autoridad de los hombres. Por lo
cual, el presente debate sobre el – hasta ahora- Anteproyecto del Código de las
Familias no tiene menos decibeles.
Tantos hombres como formas de familias
Los hombres
suelen sentir presión por conformar el retrato familiar preestablecido del
“hombre-esposa-hijos”. Les añaden exigencias sobre la organización, el tiempo y
las condiciones para elaborarlo. Los preceptos culturales sobre el deber
masculino han estrechado las posibilidades de constituir espacios familiares
fuera de ese esquema acostumbrado.
La familia
monoparental, homoparental, ensamblada, extendida, nuclear o transnacional son
algunas de las múltiples composiciones del hogar. En dichas variantes, muchos
varones están integrados por decisión o por haber nacido dentro de ese espacio.
No son pocos los casos de modelos no tradicionales que son objeto de
discriminaciones y sesgos por verse aparejados a situaciones de orientación
sexual diversa de algún integrante o la posible ausencia de uno de los
progenitores.
Persiste una
mirada más preocupada de la estructura familiar del domicilio que de las
relaciones establecidas en su interior. Sin embargo, aspectos medulares de la
convivencia o prácticas insanas – como el irrespeto y la desprotección- llegan
a ser menos señalados.
Desde un
manejo plural del término “familia”, el anteproyecto apuesta por un reflejo más
amplio del hogar cubano. Las disímiles maneras de organización hallan su
derecho a reconocimiento de forma paralela o equitativa a la familia
matrimonial tradicional, sin ser reguladas a partir del canon heteronormativo
paradigmático.
Este mosaico
posibilita también legitimar diferentes modelos de masculinidad en torno a los
varones y sus relaciones con sus respectivos espacios familiares. Ello puede
contribuir al desarrollo de actitudes más colaborativas y respetuosas de los
hombres dentro de sus dinámicas de convivencia.
¿… padre es
cualquiera?
Muchos de los
postulados establecidos en el anteproyecto refieren la atención y cuidados
plenos que merecen hijos e hijas. En materia de relaciones materno y paterno
filiales ocurre una importante variación en la nomenclatura sobre el
reconocimiento de derechos de los padres sobre descendientes menores de edad.
El artículo
143 destaca la sustitución del término “patria potestad” por “responsabilidad
parental”, no solo desde el sentido nominal, sino a través de cambios en
materia cultural sobre la participación en la crianza de los infantes.Especialmente
los varones, se hallan ahora convocados a la educación de sus sucesores desde
la corresponsabilidad. La expresión tiene un significado consustancial con la
paternidad responsable.
La
corresponsabilidad exige la creación de estrategias para integrar a los padres
activamente en los momentos de estudio, juegos y el desarrollo en general de
sus hijos e hijas. Rompe con distanciamiento frente a determinados deberes, con
la comunicación esporádica o la exclusiva tarea de manutención económica.
La
concientización de este deber, apartado de estereotipos machistas, puede ser traducida
en una relación ganar-ganar. Por un lado, proliferan ambientes familiares más
sanos y vínculos emocionales confiables. Por otro, deconstruyen esa postura
hegemónica de la masculinidad no dialogante o que no dedica tiempo al disfrute
de ellos.
Sin embargo,
llaman la atención algunos comentarios conservadores con respecto a las nuevas
denominaciones. El poder del “hombre de la casa” está en juego con estos
términos; es el aspecto al que apuntan algunos criterios.
Con la lectura
en profundidad del artículo 286, es posible analizar que en nada disminuye la
responsabilidad o la autoridad, sino su ejercicio de manera diferente. La
educación y guía de los niños, niñas y adolescentes no puede aplicarse desde el
poder, la imposición, el miedo o el golpe. El llamado es a practicar esa
autoridad a través de la comprensión, fortalecer el liderazgo por las vías del
amor y el diálogo.
Sin dudas,
esta mirada más democrática en el ejercicio de la responsabilidad parental
apunta a la acentuación de un modelo afectivo y sensible de lo que significa
ser padre. Proyecta una imagen alternativa, ajena a símbolos de poder y
autoridad rígidos. Promueve una mirada de la figura paterna como seres queridos
imprescindibles para dialogar y sentir apoyo.
No es un
código para violentos
Varios
expertos implicados en la construcción del texto legislativo han destacado la
ponderación de los afectos alrededor de la amplia ecuación de situaciones del
tejido familiar.
Un aspecto
resaltante en el anteproyecto es la transversalización del contenido del mismo
por la no violencia. El título III del documento se refiere específicamente a
la temática de la violencia familiar, a sus manifestaciones, su alcance, así
como las disposiciones dirigidas para la atención de estos casos. El hecho de
tipificar sus variantes dentro del espacio familiar, permite rediseñar el
criterio común sobre este fenómeno, asentado en la agresión física como única
forma.
La transmisión
generacional de este tipo de prácticas ha propiciado la normalización de conductas
agresivas y la contribución a la llamada “cultura de la violencia”. Muchas
veces se expone que situaciones de violencia intrafamiliar tienen sus causas en
la infidelidad, el alcoholismo o el irrespeto a los padres, sin ser analizadas
como detonantes. La génesis debe considerarse en el desequilibrio de poder, en
el recurso del maltrato físico y emocional como instrumento válido para imponer
criterios y voluntades, en las formas de socialización de mujeres y hombres a
la sombra de esa cultura de la violencia.
Dentro de la
filiación, el artículo 295 en particular, señala como métodos inapropiados de
disciplina hacia hijas e hijos el castigo corporal, la humillación, o hechos
que lesionen y menoscaben su desarrollo físico y psicológico.
La anulación
de la corrección física y el maltrato, supone un importante avance en materia
de derechos de niñas y niños, para el ejercicio de una vida libre de ambientes
violentos. Por igual, llama la atención respecto a la herencia de métodos de
castigo, donde lejos de educar y generar respeto, afectan las capacidades
cognitivas y emocionales de los infantes.
La
masculinidad en su versión hegemónica carece de herramientas comunicativas para
expresar emociones y opiniones, con consecuencias en los diferentes espacios
donde interviene. La ausencia de diálogo y auto-análisis deja desprovisto a
muchos hombres para lidiar con diversas situaciones, lo que les obliga a
recurrir a formas no pacíficas ni prudentes para enfrentarlas.
El incremento
de los índices de violencia en el hogar guarda relación con la configuración de
las masculinidades alrededor de la autoridad. La violencia doméstica se apropia
de múltiples factores relacionados a cómo los hombres conciben que deben ser y
actuar, desde preceptos patriarcales. Por el contrario, una masculinidad no
agresiva incide favorablemente en las relaciones hacia el interior de la casa,
en el disfrute entre sus convivientes.
El cambio más allá de la ley
¿Están los
hombres preparados para abandonar determinados mandatos culturales que les
exigen ser autoritarios y libres de aplicar la fuerza física? ¿Están listos
para asumir variantes y relacionarse de manera pacífica, cordial y equitativa?
A partir de la
contribución del derecho desde un carácter no solo regulador, sino preventivo y
educativo, el Código de las Familias trae aparejado a su contenido profundas
implicaciones sociales y culturales. Ello significa, entre otras cosas,
desterrar prejuicios anquilosados en la cotidianidad.
El Código, si
bien actualiza las pautas establecidas por más de 45 años sobre las dinámicas
familiares, tiene un alcance, llega hasta un punto. Un grupo importante de
regulaciones debe transfigurarse en consonancia con los aspectos que el texto
jurídico indica.
Lleva una
preparación como sociedad para entenderlo, y un acompañamiento desde el resto
de las disciplinas de las ciencias sociales. No puede resumirse al
establecimiento de la norma; son importantes los contextos y sus análisis. Es
imprescindible crear espacios de trabajo, contemplar su trayectoria, alertar y
prever.
Resultará
interesante el seguimiento a las variaciones obtenidas luego de las consultas
populares. Ello podría ofrecer en cierta medida, el nivel de aceptación de la
nueva ley, conectada con la necesidad de transformar todo un conjunto de
esquemas que han normado las relaciones sociales por mucho tiempo.
Es vital una
revolución en la manera de pensar, de concebir la familia y de concebir los
vínculos a lo interno de la familia. El patriarcado y sus resistencias quedan
nuevamente en el centro de la problemática. Es necesario contar con los hombres
para la transformación hacia una sociedad con equidad, y son imprescindibles
sus propias transformaciones.
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