Raúl González “El Angel de Madrid” ya estaba en la Habana antes que su equipo
Por Enmanuel George.
Así como las lecciones que da la familia, como la enseñanza
de maestros en las escuelas o las propias experiencias que acontecen a uno día
a día, de igual forma Raúl marcó mi vida.
Mi primer partido de futbol que vi fue en el año 1998 con un
gol suyo frente a Nigeria, en el mundial de 1998. Fue un flechazo, su gol y mi
impresión. Con mis partidos en las tardes con los chicos del barrio trataba de
jugar como él. Ya la pierna zurda estaba garantizada por genética y también la
forma encorvada de correr. Por esto (y por tanto hablar de él) en el equipo
Plaza me llegaron a llamar así, hasta los 17 años.
En tiempos en que en Cuba ponían un solo partido a la
semana, retransmitido y editado, y cuando no había actividad de connotación que
lo quitaran, había que ser muy fanático para seguir el fútbol. Había que pagar
en los hoteles, algo que casi nunca podía costear.
La alternativa era oír los partidos por la radio con
señal de onda corta. Esa señal la tenían radios rusos viejos VEF o Selena,
verdaderos dinosaurios salvaguardados por abuelas, amas de casa y anticuarios
amateurs de la necesidad. En mi casa había un VEF 206 que me trajo más de
un problema con mi abuela porque decía que era propiedad de su mamá y que yo lo
había robado. Como imaginas era difícil lograr una sintonía limpia, en cuanto
se nublaba se perdía por completo la señal. También tenía problemas con el
selector de canales y la antena, para agregar.
Nos reuníamos los chicos muchas veces a oír y discutir
alrededor del radio, sin poderlo tocar como algo sagrado, para no desajustarlo.
Recuerdo que si se iba la luz a la hora de los juegos, corríamos hacia una u
otra casa de mis amigos Paseo abajo. Lo llevaba a la escuela en los
partidos entre semana, dejando los libros para poder meterlo en la mochila.
Tenía que convencer a la profe de que era eminentemente deportivo mi propósito
y que no había llevado ese armatroste para escuchar Radio Martí ni otra cosa
disidente.
Había que pegar los oídos a la caja para deducir un
resultado, el autor de un gol, o si Raúl seguía en cancha o había marcado ya.
Así fue que seguí su carrera. Muchos goles no los vi, los imaginaba tras una
descripción difusa y entrecortada. Puede que hayan sido goles simples, que aún
en mi presente los visualizo como épicos, acrobáticos. Sus mejores partidos,
sus títulos y sus derrotas se oyeron muchas tardes en mi casa, pasando incluso
de una a otra esquina para lograr la sintonía más limpia, donde no se mezclara
la narración con un discurso ruso o un culto evangelista radial. Escuché su
último partido con el Real Madrid, el último que ha jugado con la selección de
España.
Con el tiempo muchos narradores fueron cambiando, hasta
fallecieron algunos. Siendo mis confidentes desde aquel lado, mis informantes,
me dolía y extrañaba a quienes dejaba de escuchar. Más de una vez entrevistaron
en vivo a Raúl, y agradecí tanto por eso. Son amigos míos que no me conocen.
No me rindo en conseguir entradas para el próximo juego del
martes, pero siento miedo que tenga que encender mi radio para escuchar un
partido de Raúl jugando aquí en Cuba.
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