VIOLENCIAS MASCULINAS
José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de
la
Red de hombres por la igualdad
Comprender la relación que
existe entre la
masculinidad y la violencia es vital para entender la violencia machista y abordar la deconstrucción de la masculinidad.
No soy un pacifista de los de toda la
vida, me hice hombre en la lucha contra el franquismo convencido de que se podía
hacer la paz con la guerra, y de que era heroico darlo todo por la felicidad de los demás. La edad, la paternidad y el feminismo me han ido convenciendo de
que han de existir otras formas de
cambiar la realidad.
Estamos tan acostumbrados a asociar la violencia de género con la violencia contra las mujeres que nos cuesta ver la marca de género en las violencias cotidianas, pese a saber que
tenemos muchas más posibilidades de ser agredidos por un hombre
que por una mujer, y no damos importancia al hecho de que la mayoría de los protagonistas directos de las peleas en colegios,
campos de fútbol, incidentes de
tráfico, sitios de
copas o protestas sean hombres.
Desde la noche de los tiempos los varones hemos sido los ejecutores y las principales víctimas de la violencia. La virilidad ha sido inseparable de la heroicidad y de la guerra hasta el punto de que, para algunos, arriesgar la vida (el mandato del héroe) tiene más
valor que
crearla,
protegerla o
cuidarla (comportamientos
atribuidos a las mujeres).
La violencia sigue
siendo el argumento decisivo en la resolución de todo tipo de conflictos, aunque se presente como no deseada y se responsabilice de la misma a quien sufre sus consecuencias.
A los varones nos
socializan en violencias de género, poco o nada sutiles, que nos bloquean ciertas capacidades por considerarlas femeninas. La misoginia y la homofobia son quizás las violencias más reconocibles, pero hay también otras mucho más complejas y difusas; por ejemplo, el autocontrol al que permanentemente nos sometemos de una u otra forma todos los hombres para que no parezca que somos lo que se supone que no debemos ser (débil, homosexual, femenino…). Son violencias
sutiles que tienen un impacto incuestionable sobre la libertad y la felicidad.
La virilidad circula por la senda sutil del poder. Máscaras, arquetipos y modas nos presentan al hombre de éxito, rico y poderoso, sin honor ni pudor (un atleta dopado, una estrella de rock o un friki de la computación), que con su rebeldía nos recuerda a los
solitarios cowboys. Puede que la virilidad haya
perdido su carácter monolítico pero ha ganado profundidad.
Mientras se use el castigo para educar, los niños aprenderán que es un recurso eficaz para imponer el propio punto de vista, someter la voluntad del otro y corregir su conducta. Si además se les dice que es un gran honor defender heroicamente a su país, al tiempo que se les enseña a ser fuertes y valientes, a no llorar, a negar el miedo y la vulnerabilidad, a buscar emociones fuertes, a afirmar su
ego
frente al miedo al riesgo y a la muerte… la violencia seguirá siendo central en la resolución de
conflictos, e ir a la guerra seguirá siendo la manifestación definitiva de la masculinidad: Siria,
Irak, Ucrania...
Hoy los modelos masculinos son menos violentos y machistas, pero la guerra, el homicidio, el crimen y el delito siguen siendo fenómenos muy mayoritariamente masculinos y la simbología del heroísmo se mantiene en sus metáforas: el cine de acción
y el aura de heroicidad que el deporte otorga a los triunfadores. Por supuesto que existen hombres muy pacíficos, y también es cierto que se está incrementando el número de mujeres que recurren a la violencia, pero estadísticamente su representatividad
sigue estando en torno al diez por ciento.
La cultura, la masculinidad y el entorno no atenúan la responsabilidad individual de quien emplea la violencia. A pesar de esta influencia medioambiental
la mayoría
los chicos se
comportan civilizadamente, y las
chicas que
crecen en
los mismos ambientes la usan diez veces menos. Pero necesitamos las gafas de género ante toda violencia ejercida mayoritariamente por los hombres, sobre todo si cuenta con aliento social y afirma la sensación de virilidad de quien la usa, sea contra otros o contr
a sí mismo.
La violencia la usa quien puede para obtener lo que desea, si no le supone un coste excesivo. Las víctimas más frecuentes de la violencia son las mujeres, los
menores, los ancianos, los
grupos étnicos, los inmigrantes, los
toxicómanos y los débile
s; pero su legitimidad se pone en cuestión a medida que se rechazan las jerarquías (clasismo, racismo, xenofobia, sexi smo, machismo u homofobia) y las diferencias superficiales.
Empezamos a ver como violencias de género las agresiones que sufren algunos hombres (violaciones sexuales en prisión, prostitución forzada, ataques a personas o grupos de homosexuales, bisexuales y transgéneros), pero la mujer es la principal
víctima de
las desigualdades de
género. Debemos replantear el contrato social sin
dejar de profundizar en el análisis de las consecuencias de la socialización masculina, y promover un cambio radical ante la violencia: que los comportamientos violentos se perciban como aberración ocasional, y la corresponsabilidad en el cuidado se convierta en
lo habitual.
Sevilla,
febrero 2015
Labels: José Ángel Lozoya Gómez, red iberoamericana y africana de masculinidades, violencia
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