Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades RIAM

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Tuesday, March 24, 2015

LOS HOMBRES ANTE LA PROSTITUCIÓN


Por José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad

En los últimos cuarenta años el consumo de prostitución ha evolucionado de la forma menos previsible. Lo que bajo la dictadura fue rito de iniciacn y válvula de escape (que se explicaba por la represn y la censura franquistas de la sexualidad en general, y de toda práctica sexual fuera del matrimonio y que no fuera encaminada a la reproducción), ha pasado ahora a verse como la posibilidad de vivir una experiencia placentera que, además, reporta plusvaa de nero.


Durante el franquismo  se pronosticaba que con la llegada de las libertades, la legalización de los anticonceptivos y la liberación de las costumbres sexuales, el consumo masculino de prostitución acabaría siendo una práctica muy minoritaria. Pero la cobara de unos y la oposición de otros han frustrado los esfuerzos del movimiento por la liberación  sexual (feministas, gais, lesbianas, sociedades de sexología...) en pro de una educación sexual democrática, en la escuela y en las familias, que pusiera la libertad y la búsqueda mutua del placer en el centro de los encuentros afectivo-sexuales.

Este vacío educativo lo llenó el Mercado, que asumió la función de proveedor de información sexual sustituyendo a los amigos de antaño. Con la conquista y consolidación de las libertades democráticas, el Mercado se encargó, con la pornografía como mascarón de proa, de dar respuesta a las ganas de explorar y conocer todas las posibilidades  de lo sexual; la búsqueda y la obtención del placer se convirtieron así en un variado catalogo al alcance de todos, que incluye productos tan diferentes como la moda, el culto al cuerpo, la cirugía estética y genital o la viagra. Y también, claro, la prostitución.

Hoy todavía  va de putas  la generación  educada en el nacionalcatolicismo  (que asistió  a la llegada del destape,  la pornografía y los videos comunitarios), para quienes este era el único contacto sexual a que se poa aspirar sin pasar por los altares, o el único modo de experimentar aquellas prácticas que no osaban sugerir a sus esposas; también va la generación que creció con el feminismo, los hombres que vieron cuestionada su habilidad cuando las mujeres comenzaron a reivindicar su propio placer en el encuentro heterosexual; e incluso la juventud consumista que ha crecido con Internet, se ha educado sexualmente frente a la pantalla del ordenador y se descarga sin problemas  aplicaciones para el teléfono móvil. Van de putas todos aquellos hombres a quienes no compensa la incertidumbre ni el esfuerzo del ligue, los que ven más modo  y asequible pagar por los servicios de jóvenes de distintas razas y nacionalidades, que les prometen satisfacer todas sus fantasías sexuales sin que ellos tengan que asumir responsabilidades ni sentirse examinados por unas mujeres cada vez más autoafirmadas.

Es cierto que ahora los jóvenes tienen mucho más fácil relacionarse sexualmente con gente de su edad, pero para ellos, al igual que para sus mayores, la iniciación en el consumo de la prostitución tiene mucho de rito homosocial. Aunque ir de putas haya dejado de ser la ceremonia de paso a la sexualidad adulta, ahora se suele entrar por primera  vez a un puticlub para acabar una fiesta o una juerga entre amigos; sin la premeditación de antaño de quien va a pagar a cambio de sexo, pero con unos colegas que les animan a probar, a cambio de reconocerles como los heterosexuales activos y trasgresores que se supone que son.

Hay cierta coincidencia entre los hombres en ver su sexualidad como una necesidad que transciende el autoerotismo y debe ser satisfecha; esta supuesta necesidad se percibe entonces como un derecho individual que algunos convierten en exigencia social, lo que les lleva a sostener que la prostitución cumple un fin social de innegable importancia que debe ser regulado por el Estado. Los consumidores  habituales son pocos, los ocasionales muchos. Lo que garantiza el futuro de la prostitución es que en realidad son  muy pocos los  hombres  heterosexuales  que no se  ven a sí mismos  pagando  a cambio de sexo  en ninguna circunstancia. La inmensa mayoría defiende la necesidad de perseguir la trata de personas y la prostitución de menores, y que una regulación garantizaría el control sanitario y fiscal, al tiempo que protegería los derechos de las mujeres  que supuestamente la ejercen voluntariamente. Pero en un mundo en el que todo tiene un precio, pocos clientes se preguntan, cuando van de putas, si la mujer con la que negocian está siendo objeto de trata o afirmando la libertad de toda mujer para decidir sobre sus cuerpos, porque preguntárselo les baja la libido y arruina el deseo.

Mujeres y hombres homosexuales consumen mucho menos sexo de pago. En el caso de las mujeres, esto quizás indique que el Mercado no es capaz de suministrar el sexo que respondiera a sus expectativas, por el que quis estuvieran dispuestas a pagar.  Por su lado, la experiencia del colectivo  homosexual  sugiere que el consumo de prostitución disminuye entre quienes acceden con facilidad al tipo de sexo que desean: por qué habría de pagarse por algo que, entre hombres con las mismas expectativas,  se  encuentra gratis  con facilidad. Cabe suponer  por tanto que el consumo  heterosexual  solo  disminui si la deconstrucción de los roles de género, y por tanto sexuales, propicia una aproximación en las expectativas de los hombres y mujeres predominantemente heterosexuales, y coloca en el centro de las relaciones sexuales (para ellos y ellas, en igualdad) la squeda de la gratificación mutua.

Sevilla, marzo 2015

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