Por Enmanuel George López
La Habana, 14 de diciembre de 2021- El pasado 8 de diciembre saltaron las alarmas de tono naranja. Vio el espacio digital un texto periodístico que recogía el testimonio de cinco mujeres víctimas de la violencia de género. Las jóvenes cubanas señalaron en el artículo a un agresor en común, con un modus operandi similar en todos los casos, acontecidos hace más de una década.
La noticia no tardó en
gobernar las redes sociales, acompañada de reclamos, apoyos, escepticismos,
prejuicios y resistencias. En medio de los linchamientos mediáticos y las
revictimizaciones, han aparecido otros pronunciamientos sobre vejaciones sufridas
a manos del mismo sujeto.
Desde hace tres días, también
fue levantada la primera denuncia formal relacionada a este caso, ante las
autoridades policiales. Las voces alzadas por estas mujeres abren un nuevo
episodio con respecto a las prácticas machistas en el contexto cubano.
Un sector considerable de la
sociedad podría identificar que la violencia, en su versión de maltrato físico,
es un fenómeno necesario de erradicar. Sin embargo, persisten otras variantes,
más difíciles de identificar, las cuales abundan en las relaciones sociales de
la cotidianidad. Muchas veces, la agresión física suele ser una escalada en el
recorrido por estas otras modalidades. A pesar de leyes establecidas, campañas
de sensibilización y el trabajo de diversas organizaciones, la hegemonía
patriarcal prevalece.
Sobre la denuncia pública de
estos días se erigen grandes apuestas. Retos que llaman a un trabajo intenso de
diferentes sectores, en pos ofrecer la asistencia necesaria a las presuntas
víctimas, el debido proceso legal y las lecturas pertinentes de cara a no
repetir episodios como los narrados.
Las declaraciones convocaron a
romper el silencio de otras que hayan podido ser víctimas del mismo acusado. Se
asoma también la intención de evitar que otras mujeres sufran agresiones de
modo similar. Ello ha despertado un movimiento de sororidad, el cual debe
contar con el seguimiento desde quienes trabajan por la no violencia, como
expresión de verdadero acompañamiento.
De forma reciente fue aprobada
por el Estado Cubano la Estrategia Integral para la Prevención y Atención de la
Violencia Basada en Género y la que ocurre en el Espacio Familiar. La misma es
encargada de detectar situaciones de desequilibrio de poder, así como los
protocolos de tratamiento a las víctimas, entre otros aspectos.
La Estrategia puede llegar de
manera oportuna para indicar y precisar la dirección que deben tomar las
instituciones correspondientes, esas a día de hoy exigidas al calor de estas
mujeres que abandonaron el miedo. Aunque el instrumento contempla un eje
formativo en los y las operarias del mismo, su temprana edad podría dejar dudas
o deudas en cuanto a su aplicación.
A pesar de lo que la justicia resuelva
de este caso en concreto, existen encubiertos otros agresores, otras víctimas,
otras historias. El desafío por ello continúa siendo la educación. Para las
mujeres, es imprescindible el desarrollo de capacidades y empoderamiento, así
como el poder reconocer escenarios de inequidad, discriminación, y agresiones,
además de los mecanismos dispuestos para demandarlos.
En cuanto al trabajo con
hombres, hay que insistir en el desmonte de esos mandatos culturales que exigen
y justifican la violencia como recurso de su socialización. Mientras perduren
los símbolos que defiendan y representen el machismo como atractivo, tendremos
un problema.
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