Por Maite Díaz Álvarez
El sustento
patriarcal de las sociedades contemporáneas continúa promoviendo en nuestras culturas
un orden hegemónico, androcéntrico, machista, sexista, heteronormativo y binario
que sitúa a los varones como ejes del
universo. La estructuración de género masculina se instala en una zona de confort donde la razón, la
naturalización de la dominación y del monopolio del poder, se levantan como íconos
sostenedores de “permisos” para dirigir
el rumbo del mundo
En este “paraíso” de hegemonías donde se sobrevalora la fortaleza física
y psicológica de los hombres, no ha quedado lugar para el llanto, el dolor, la queja, la
debilidad y la búsqueda de ayuda; y ello ha favorecido una cultura de la “resistencia”, que supone
sobreponerse a todo aquello que pueda conspirar contra ese orden establecido. Los significados que los varones otorgan
a los paradigmas de lo que significa ser hombre no favorecen en ellos una ética del autocuidado de la salud e
impiden en ocasiones su desenvolvimiento saludable en diferentes esferas de la
vida.
Las muestras
constantes de intrepidez, arrojo, competitividad y el ocultar cualquier fisura en su integridad física y emocional, se
presentan en los hombres como credenciales para no reconocerse portadores de
dolencia alguna y mucho menos atenderse o involucrase en acciones o planes de
salud. En consecuencia, no dan importancia o callan los
malestares; y no se chequean ni acuden a las consultas médicas ante señales de dolor
pues todo ello supone, de alguna manera, asumir que se es “débil” (1)
Desde principios
del milenio se incorporó en el análisis de la salud masculina la perspectiva de
género (recordemos que el género es uno de los ejes de desigualdad que
condiciona los procesos de salud-enfermedad de las personas) y el enfoque de
los determinantes sociales de de salud , los cuales ha servido para subrayar el
peso de los procesos
socializadores y de otras variables de la realidad social en las actitudes y
conductas de los varones como factores
causales en las desigualdades de salud con las mujeres. Pero también han
permitido entender mejor que no solo los hombres se abstienen de asistir a los
servicios de atención primaria, ni
involucrarse en iniciativas preventivas, sino que lo
hacen mucho menos que las mujeres y
mueren en mayor proporción que ellas.
(2,3,4,)
Han sido reiteradamente
establecidas en reportes internacionales sobre salud aportados por estudios y organizaciones regionales y mundiales de salud que la mortalidad masculina
supera las cifras de muertes femeninas y están asociadas básicamente a
problemas cardiovasculares, hipertensión arterial cáncer de pulmón, hígado y
próstata elevados niveles de accidentabilidad , consumo de sustancias
psicoactivas , violencias por homicidios y suicidios. (5,6,)
Estos hallazgos
conectan con la realidad cubana donde también los índices de mortalidad de los
varones son superiores a los de las mujeres y responden a estilos de vida poco saludables que sin
dudas tienen en su base la forma en que
los hombres han sido socializados, las maneras de construirse, auto
representarse y los estilos de vida que
incorporan. (7)
Son variados
los ejemplos servirían para
ilustrar los costos de esta hegemonía masculina
para el bienestar saludable, porque muchos de los riesgos que asumen los
hombres en materia de salud parecerían acciones
necesarias para probar su hombría: resistir dolores, exhibir comportamientos
sexuales de riesgo, lanzarse en aguas profundas, saltar desde grandes alturas,
portar pesos excesivos, manejar a altas
velocidades, consumir en exceso sustancias psicoactivas, manejar
bicicletas loma arriba cargados de personas, realizar arreglos en azoteas y
patios en condiciones climatológicas adversas, entre otros. De manera que el
mandato del rol es un permiso para incorporar
comportamientos que implican
riesgos vitales (1)
Un eje de especial atención en los
análisis de la salud masculina ha sido la sexualidad cuya vivencia y ejercicio activo
son expresión del poder masculino, fuertemente implicado en el campo de la
salud sexual. Las prácticas asociadas a creencias y estereotipos sobre la
hegemonía de la sexualidad masculina derivan en situaciones de riesgo, donde en
muchos casos se abusa de las posibilidades corporales como muestra de potencia,
resistencia y superioridad sexual, elementos a través de los cuales los varones validan su
masculinidad (1,8,9,10,11,12,13)
Sin embargo muchas de estas prácticas
opresivas podrían tornarse experiencias de autocuidado diferentes, si los hombres redimensionaran el valor de su cuerpo
y sus relaciones, pero no desde la representación de la omnipotencia y la
superioridad, sino en sus expresiones más genuinas. dirigidas a la preservación
del bienestar físico, psicológico y espiritual. Ello supone, por supuesto,
desterrar mitos, reconocer vulnerabilidades y
derrumbar metas impuestas que resultan asfixiantes y retrógradas.
Colocaré en contexto algunas de estas
prácticas
El cuerpo físico masculino
no es un territorio de fortaleza y superioridad para atraer a otras
personas, es preciso auto percibir en él otras potencialidades, como por ejemplo su naturaleza y especificidad, sus marcas, sus historias, las
experiencias acumuladas y sus potencialidades de relacionarse con otros
cuerpos para el mantenimiento
de vínculos eróticos y afectivos
El pene, no es un estandarte de virilidad al que debemos rendir
exagerado culto vinculado a sus dimensiones, turgencia, erecciones duraderas y
responsabilidad en su desempeño exitoso, es sencillamente el órgano sexual masculino, que puede proveer
de placer y bienestar a otras personas y a sí mismo y que tiene una participación importante en la
reproducción humana; entre otras funciones fisiológicas. Sin embargo como cualquier parcela de la geografía del
cuerpo y a consecuencia de múltiples eventos, puede, exhibir fallos en las
maniobras y desempeños que realiza; y
potenciar malestares en la vida erótico-afectiva (disfunción sexual eréctil,
trastornos eyaculatorios y del deseo entre otras) todo lo cual precisaría y requeriría
un acompañamiento especializado con la correspondiente evaluación integral de aspectos
físicos y psicológicos que cada persona requiere. Son experiencias que no deben
permanecer en silencio y frente a las cuales la vergüenza y el temor pudieran
quedar subordinadas a la búsqueda de una estabilidad y bienestar emocional y
sexual. Auto cuidarse en este sentido es también una manera de mejorar la calidad de vida
La paternidad no es un mandato de la masculinidad, como
tampoco la maternidad lo es de la feminidad. La experiencia de ser padre o madre es una elección consciente y responsable y un
derecho de las parejas y de las personas. En
consecuencia embarazar a la mujer
no favorece el estatus del varón como
proveedor y responsable del mantenimiento de la especie porque la fecundidad no
está asociada a la virilidad y al rendimiento. Fecundar no es garantía de
fortaleza sexual y perpetuidad como dicta la normativa de género para los
varones. La evidencia científica ha demostrado que hay padres que portan
disfunciones sexuales, al tiempo que muchos hombres con dificultades para fecundar
tienen un desempeño sexo-erótico sin disfuncionalidad alguna. Desmontar el imaginario de cargar con la responsabilidad de
embarazar a la mujer puede contribuir a
solucionar los desequilibrios emocionales que supone la transgresión de esa norma
de género.(12)
De
igual forma la participación en la prevención de embarazos para personas o parejas que no deseen tener descendencia o
han decidido no seguir reproduciéndose, debe devenir también un asunto de la competencia
masculina. La vasectomía como proceder de esterilización para hombres puede
figurar entre sus prácticas de prevención y no supone pérdida de su virilidad y si una experiencia de cuidado de sí y de la pareja
Seria
valioso desterrar el mito de que someterse
al examen físico (tacto rectal) para el diagnóstico del cáncer de próstata, paraliza
el desempeño masculino y hace tambalear la masculinidad”. Reivindicar
esta práctica puede integrarse a una cultura de atención
preventiva o como estrategia para el tratamiento de esta patología. Recordemos
que la orientación del deseo erótico afectivo (orientación sexual) como un
componente de la sexualidad humana es un proceso que integra la dirección del
deseo, la vinculación afectiva y los comportamientos eróticos, La manipulación
o utilización de una zona del cuerpo no
la define.
Otra realidad que nos acerca
al tema, es la utilización de procederes vinculados al uso de anabólicos para
impactar en la figura corporal hegemónica masculina Si bien el fisicoculturismo es una práctica
reconocida, cuando se emplean en ella sustancias para satisfacer un código de belleza
tradicional, puede traer graves consecuencias para la salud. En consecuencia no
utilizarlas resulta una decisión
acertada
Asumir el envejecimiento que supone un
proceso natural de cambios en el desarrollo vital, genera en algunos hombres inestabilidad
psicológica y angustias prolongadas vinculadas a la sexualidad En ocasiones este proceso puede venir acompañado de una disminución del
deseo, una reducción en la frecuencia de
los vínculos erótico- afectivos, o
variaciones en el desempeño, además de las transformaciones en la figura
corporal. Los cambios suponen readaptaciones a las nuevas condiciones,
descubrir sus desafíos de una forma coherente
facilitará enriquecer las
prácticas y los vínculos relacionales. Es una alternativa de cara a una
realidad ineludible y una manera de acercarse al equilibro emocional
Otra de
las aristas muy relacionada con nuestro análisis tiene que ver con el impacto que estigmatizaciones, discriminaciones y
expresiones de violencia han tenido en
la salud de aquellos varones con sexualidades e identidades de género que trasgreden los binarios de sexo y el género[1], y que
han desafiado la heterónoma para
colocarse al margen de lo que dicta la
tradición.. Muchos de estos varones cuyas orientaciones del deseo erótico
afectivo, construcciones identitarias y diversidades corporales han sido colocados en el lugar de marginalidad, han
debido transitar por situaciones adversas antes de poder asumir de manera legítima y
natural su derecho a decidir qué hacer y
cómo vivir su sexualidad. Muchas veces
se les ha privado del derecho de construir una familia, negado el ejercicio de una paternidad cercana
y hasta el cuidado y atención de hijas e hijos, todo ello .con las
correspondientes afectaciones físicas y psicológicas, generadoras de malestares,
y trastornos. (14,15).El fortalecimiento de la autoestima, el logro de una
adecuación en la autovaloración y el conocimiento y ejercicio de sus derechos son
también prácticas de autocuidado
El
análisis de estas prácticas pudiera remitirnos a las circunstancias actuales donde la COVID 19 ha colocado
el tema del cuidado de sí en una
perspectiva diferente y ha propiciado que se torne un elemento de vital
importancia para el mantenimiento y preservación de la vida.
Si bien
permanecer en el hogar por tiempo prologado y asumir distancias personales ha requerido de todxs un gran esfuerzo, en el caso de los varones la situación ha
tenido una connotación especial. La cultura no diseñó el hogar como un
territorio masculino, ni estipuló que se le privara a los hombres , por largos
periodos, de la compañía de amigos y compañeros en espacios
sociales para el disfrute o participación en actividades tradicionalmente
consignadas como“masculinas” ( partidos
de futbol o beisbol, juego de dominó, práctica de algún deporte colectivo, o
simplemente presenciar acciones de mecánica, chapistería, labores de
albañilería, carpintería, herrería o construcción, entre otras ) Sin embargo
los cubanos han podido incorporar esas condiciones que se tornan ahora dimensiones
modificables en nuevos escenarios de aplicación
Las cuestiones
señaladas en este trabajo dan cuenta de
que también es posible reconfigurar nuevas
formas de relación con el cuerpo,
con las demás personas y con el entorno y desmontar las presiones
asociadas al desempeño del rol
masculino que devalúan el cuidado de sí y la poca preocupación o el descuido por la
salud.
Reanimar
experiencias de autocuidado de la salud y la salud sexual como ejercicio para el sostenimiento de una
mejor calidad de vida y como práctica de atención permanente,
puede ser una condición que se traiga de regreso a la vida social. Una vida
diferente que en condiciones de post pandemia aportará a los hombres gratificaciones
impensables
BIBLIOGRAFIA
1- Díaz,
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“Punto Género” Núcleo de Género y Sociedad Julieta Kirkwood.
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Disponible http://www.who.int/gho/ncd/mortality_morbidity/en. Consultado el
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9- Díaz, M (2018) ·”
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12- Díaz
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ISBN 978-060-7187-80-6
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14- Comisión Interamericana de Derechos Humanos CIDH Violencia contra Personas
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15- Careaga,
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Universitario de Estudios de Género-UNAM, Cámara Diputados. México 2004, ISBN 970-701-542-X
.
[1]
Los sistemas binarios de sexo
y género han sido entendidos como modelos sociales dominantes en la
cultura patriarcal que consideran que el género y el sexo abarcan sólo dos
categorías rígidas, a saber masculino/hombre y femenino/mujer y excluyen a
aquellas personas que no pueden
identificarse dentro de estas dos categorías, como por ejemplo, algunas personas trans , Intersex o cuerpos diversos
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