Por Lizandra Carvajal García
La crisis económica que afecta al mundo ha generado como consecuencia un aumento en las tasas de desempleo. El mundo laboral de América Latina ha sido el más afectado. El problema del desempleo ha causado efectos diferenciados en la población laboral de acuerdo al género al que pertenezcan.
Las mujeres se han convertido en el punto más vulnerable de esta situación ya que son las más propensas a perder el empleo. Las féminas encuentran diferentes barreras a la hora de ingresar en el mercado laboral, barreras que limitan su integración y las ubican siempre en una posición de subordinación con respecto a los hombres, que son más favorecidos por estas políticas. Entre estas limitaciones se pueden mencionar las siguientes: los empleadores, en su gran mayoría, consideran a la maternidad como un costo; se prefieren mujeres jóvenes y atractivas para ocupar la mayoría de los puestos más renumerados; se orientan cursos de capacitación que en muchos casos reproducen los estereotipos de género en los empleos; persiste la idea de la feminización de las labores domésticas y la resistencia a que estos roles sean compartidos con sus parejas; las mujeres requieren de más años de estudio que los hombres para aspirar a los mismos cargos.
Para las féminas pertenecientes a las clases más bajas, la situación se vuelve más compleja. Estas mujeres generalmente tienen un menor nivel educativo y de capacitación laboral, su tasa de fecundidad es mucho más alta y no gozan de apoyo para el cuidado de sus hijos. El crecimiento de las jefaturas de hogar femeninas y la necesidad de generar ingresos para la subsistencia familiar, constituyen factores que junto con los anteriores han impulsado la feminización de la economía informal, que ha experimentado un crecimiento acelerado en estos años.
Los derechos laborales han comenzado ha ser percibidos como costos de producción que encarecen y afectan la competitividad. Esta competitividad justifica todas las desregulaciones en el mercado del trabajo. La intensificación de la competencia legitima la disminución de los salarios, el desmantelamiento de las protecciones sociales, la precariedad de los empleos y el deterioro de las condiciones de trabajo. Se está desarrollando un proceso de sustitución del empleo masculino de tiempo completo y en su mayoría sindicalizado hacia el empleo femenino de tiempo parcial, menos protegido y con menor renumeración debido a la poca experiencia laboral que poseen las féminas. En otras palabras el papel del estado como equilibrador de los efectos negativos del mercado es prácticamente nulo. La seguridad social solidaria se ha remplazado por la seguridad social asumida individualmente y privatizada. Toda esta situación ha degenerado en nuevas cargas que han sido distribuidas desigualmente por razones de género.
La migración se ha convertido en una salida para la búsqueda de mejoras económicas. Esta ha significado un importante crecimiento en los flujos de divisas para los países receptores de remesas, sin embargo las consecuencias negativas son las que resaltan más a la vista. La migración ha provocado la desintegración familiar y la pérdida de la identidad cultural. La población migrante se expone a la violación de sus más elementales derechos en sus países de destino. La descapitalización por la fuga de cerebros y la creación de mafias que trafican personas son otras de las repercusiones de esta situación.
Esta crisis ha afectado a hombres y mujeres por igual. Sin embargo los hombres han acogido esto de una manera diferente a las féminas. Entre los efectos más comunes ocasionados por el desempleo y por la disminución de las oportunidades de trabajo en los hombres, se pueden señalar los siguientes: depresión, violencia, fármaco-dependencia, muerte, pérdida de autoestima, entre otros. En el caso de los hombres estos malestares afectivos no se producen solo por las desventajas económicas sino que están asociados a una construcción de la masculinidad que exige la demostración de las capacidades de manutención, de seguridad y de protección a la familia en tanto figuran como autoridad en la misma. Otra de las consecuencias de dejar de proveer el sustento familiar es que esto casi siempre acarrea limitaciones en la vida sexual. No tener trabajo constituye un pecado que las mujeres castigan con la privación sexual, los hombres justifican la actitud de sus esposas por el hecho de haber fallado en su papel de proveedores.
La función otorgada al hombre por la sociedad es la de ser el sostén y el proveedor de los bienes que la familia necesita y protector del hogar. La responsabilidad del hombre con las familias empieza y termina con sus contribuciones económicas. Ellos serán juzgados de acuerdo al éxito público que alcancen. El varón tiene privilegios pero paga precios elevados por ellos.
Bibliografía:
-Fernández Pacheco, Janina. La cohesión social, las mujeres trabajadoras, el empleo y los ingresos. Disponible en: www.Fundacióncarolina.com
-Jimenez Guzmán, María Lucero. Crisis económica: efectos diferenciados entre hombres y mujeres. Junio 2009.
-Renzi, María Rosa. Género y trasformaciones del mercado de trabajo. . Disponible en: www.Fundacióncarolina.com
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