Entrevista con el Dr. Alejandro Martínez González, integrante de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades RIAM y Profesor
de Educación Social y Trabajo Social e investigador en el Centro Universitario
La Salle, de la Universidad Autónoma de Madrid. Experto en gestión de equipos e
interveción con grupos en entornos socioeducativos. Autor de diversos estudios
sobre convivencia en los centros escolares.
Texto y entrevista por Paula Figols, miembro del Seminario de Investigación para la Paz realizada para el Heraldo de Aragón,12 de julio del 2020
Fotos: La Habana, RIAM
-Si
fueras ministro de Educación, ¿qué propuestas harías para mejorar la
convivencia en las aulas?
La
verdad es que me cuesta imaginarme en ese rol, pero si considero el nivel de
influencia que se puede ejercer desde ese puesto, creo que lo pondría al
servicio de aumentar la formación del profesorado, especialmente del de
Educación Secundaria Obligatoria. Toda mejora de la convivencia pasa por la
capacidad de este colectivo para promover y facilitar el cuidado de la misma.
Algo que implica ir mucho más allá de la aplicación de medidas punitivas que, como
en el caso de las expulsiones, acaban siendo incluso contraproducentes.
Del
profesorado depende la legitimación y articulación de cualquier tipo de recurso
o espacio igualitario de construcción colectiva de los que se precisan para
atender eficazmente la convivencia. Su reto es el de ser capaz de promover una
comunidad escolar corresponsable y coparticipada que garantice a todos sus
miembros la adquisición de los mejores aprendizajes, entre los que se encuentra
el del cuidado de los otros. El aula, desde luego, es un espacio privilegiado
donde debería cristaliza este propósito. Y por ello, es donde más se pone en
juego su saber hacer, su capacidad pedagógica, de atención y cuidado.
-¿Cómo
se puede mejorar la acogida del alumnado inmigrante?
Con las
personas inmigrantes o pertenecientes a minorías étnicas, es fundamental
procurar dar un sentido al espacio
escolar que les permita vivirlo como propio. Algo a lo que contribuye
especialmente la visibilización y la consideración de las aportaciones y
singularidades de su cultura en los propios contenidos curriculares. No sirve
con transmitirles que son importantes y que se les tiene en cuenta si luego
todo lo que se les propone aprender deja fuera aquello con lo que se
identifican y de donde proceden.
El
centro educativo tiene que poder ser percibido como un espacio de acogimiento,
donde tanto este alumnado como sus familiares encuentren reconocimiento y oportunidades
de participación, pudiendo sumar sus voces a las del resto de la comunidad
escolar en un plano de igualdad.
¿Cómo se
puede evitar la creación de centros gueto? Qué medidas se pueden llevar a cabo?
¿Choca con la libre elección de las familias?
Si entendemos los centros guetos como aquellos en los que se concentra el alumnado procedente de la inmigración, no creo que ésta sea la raíz de los problemas de convivencia y fracaso escolar a los que nos enfrentamos. Hay experiencias como la Comunidad de Aprendizaje Joaquim Ruyra, en Hospitalet de Llobregat, que con un 92% de población de origen extranjero obtiene resultados muy por encima de la media, incluso de los centros de mayor prestigio de Barcelona. Algo a lo que contribuye también la profunda riqueza de su diversidad. Es verdad que cuando esta diversidad disminuye se reducen las oportunidades de aprender, pero eso lo padece cualquier centro cuya población es excesivamente homogénea.
Así, más que al tipo de alumnado que llega a los centros, a lo que deberíamos prestar especial atención es a qué se hace con él en las aulas y en qué consideración se le tiene, tanto a él como a sus familias.
Tenemos
ante nosotros el reto de asumir un importante cambio de perspectiva, la de que
el aprendizaje requiere interacción, sentido, transformación y construcción
colectiva, lo que implica abrir los centros a la participación de la comunidad,
especialmente de las familias, así como implementar prácticas educativas donde prime
el diálogo, la reflexión, el análisis y el trabajo conjunto con los iguales y
las personas adultas de los entornos más cercanos.
Las
familias buscan centros en los que sus hijos e hijas aprendan lo máximo posible
en un entorno de cuidado y respeto. Eso lo garantizan centros donde prima esta
dimensión dialógica y comunitaria. Por ello, cuantos más centros sean capaces
de ofrecerlo más oportunidades de elección tendrán.
-Ahora
hay una mayor sensibilización sobre el acoso escolar. ¿Se está trabajando bien
desde los centros? ¿Qué haría falta para acabar con estos casos?
En los
últimos años parece haber aumentado significativamente la sensibilidad hacia
este tema. Las administraciones educativas han sido capaces de situarlo entre
las prioridades que han de atender los centros y cada vez más claustros se
forman y movilizan para procurar erradicarlo. Esto, ya de por sí es
esperanzador y contribuye a mitigarlo.
No
obstante, todavía queda camino por recorrer. Una de las variables que se han
identificado como más relevantes a la hora de combatirlo es el posicionamiento
de las personas que asisten como espectadoras. Su pronunciamiento de rechazo,
su posicionamiento del lado de la víctima y su movilización colectiva para
combatir estas actitudes parecen constituir, según las investigaciones más
recientes, dimensiones claves para su erradicación. Programas con incidencia
contrastada como el Kiva finlandés o el modelo comunitario de prevención y
resolución de conflictos que se promueve desde el proyecto de Comunidades de
Aprendizaje procuran incidir sistematizadamente en estos aspectos.
-En Aragón hay programas de alumnos
mediadores y alumnos ayudantes. ¿Es clave implicar a los chavales para mejorar
la convivencia escolar y luchar contra el acoso?
Desde luego esa es una variable
transcendental, que adquiere mayor fuerza cuanto mayor es el número de alumnado
comprometido para combatirlo. Se ha podido demostrar que en estos programas
quien suele obtener mayores beneficios es precisamente el alumnado implicado.
Por ello, lograr la movilización activa de su totalidad sería la meta más
ambiciosa, pues garantizaría que nadie se queda fuera. Sí, además, se logra la
implicación de las familias y de otros agentes de la comunidad y todos ellos,
junto con el profesorado, son capaces de emprender acciones conjuntas desde una
dimensión igualitaria, su grado de incidencia y capacidad de prevención se
multiplica exponencialmente.
-Hay
muchos casos de ciberacoso que tardan más tiempo en hacerse visibles. ¿Cómo se
puede trabajar este tema?
En un
trabajo que realizamos recientemente revisando la literatura científica más
relevante en torno a esta cuestión, pudimos constatar que las estrategias
preventivas más eficaces se centraban en: incidir en la relevancia de que las
víctimas puedan pedir ayuda a sus amistades; promover un clima escolar que se
posicione contra las agresiones en favor de las víctimas; fomentar las
relaciones de amistad en las escuelas; y activar y dar a conocer recursos de
prevención y detección del acoso que impliquen a los jóvenes y a otros miembros
de la comunidad.
Un
aspecto en el que la literatura consultada coincidía era en señalar los riesgos
que entraña la “desconexión moral” de quienes asisten como espectadores a las
situaciones de acoso y ciberacoso. Por ello, se aconseja procurar mostrar las
consecuencias psicológicas que producen en las víctimas. La clave estaría en fomentar
la empatía, evitar la insensibilización y favorecer la movilización de los
iguales.
-Has
estudiado mucho las escuelas inclusivas. ¿Cuáles son las claves del éxito de
estos centros? ¿Es más fácil la convivencia en escuelas pequeñas y en el medio
rural?
Una escuela inclusiva es un centro
capaz de articular recursos y medidas eficaces y constantes para reducir al
máximo las barreras que producen discriminación o exclusión y que limitan las
posibilidades de acceder a los aprendizajes previstos. Más que proyectos
conclusos, son iniciativas en permanente construcción y revisión para procurar
garantizar el acogimiento, el cuidado, la atención y la adquisición de
conocimientos. Su éxito depende, por tanto, de su capacidad para estar a la
altura de estos propósitos, lo que hoy pasa por prestar especial atención a las
personas que forman parte de los grupos más vulnerables frente al acoso y el
fracaso en la escuela, como son las que tienen algún tipo de discapacidad, las
que tienen o aparentan tener una orientación sexual no heterosexual, las de
origen inmigrante y las chicas.
Las escuelas pequeñas o las del
medio rural cuentan con la ventaja de tener que poner de acuerdo frente a estos
propósitos a equipos y grupos más reducidos y, especialmente en el caso de las
segundas, de tener un acceso más cercano a los recursos de la comunidad. El
inconveniente al que se enfrentan es que pueden encontrarse con más
dificultades para superar los encasillamientos que puede padecer cierto alumnado
y para ofrecer oportunidades de encuentro más diversas.
-La ponencia se ha celebrado con tres
meses de retraso y en versión online por el coronavirus. ¿Cómo crees que ha
afectado esta situación de pandemia y confinamiento al ámbito de la educación?
Bueno, creo que nos falta distancia
todavía para valorarlo. A lo que yo he asistido es, por un lado, al encomiable
esfuerzo de una parte del profesorado por procurar compensar y acompañar a su
alumnado, y, por otro, a una preocupante desorientación y falta de rumbo.
Lo que sí que creo que ha puesto en
evidencia la pandemia es la importancia de considerar a las familias y la
comunidad en la atención y el acompañamiento educativo y confío en que este sea
un aspecto que salga fortalecido.
-Tus reflexiones durante la ponencia
sobre convivencia escolar, acoso, educar en los sentimientos, etc. me llevaban
a pensar en la serie ‘Merlí’. ¿La has visto? ¿Crees que ayuda a reflexionar
sobre la convivencia en los centros? ¿Es buena para los chavales?
Si, la vi y disfruté mucho con ella.
Más allá del excentricismo del personaje, destaco el respeto que muestra por
las voces de los adolescentes y la apuesta por el diálogo como herramienta
educativa. Mis hijas adolescentes fueron las que me la recomendaron y yo se la
recomendaría más que a los chavales, al profesorado. Permite ayudar a pensar
sobre la transcendencia de su papel y las consecuencias de su buen o mal hacer.
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