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Thursday, August 6, 2020

«Queda mucho camino para acabar con el acoso escolar»

Entrevista con el Dr. Alejandro Martínez González, integrante de la Red  Iberoamericana y Africana de Masculinidades RIAM y Profesor de Educación Social y Trabajo Social e investigador en el Centro Universitario La Salle, de la Universidad Autónoma de Madrid. Experto en  gestión de equipos e interveción con grupos en entornos socioeducativos. Autor de diversos estudios sobre convivencia en los centros escolares.

Texto y entrevista por  Paula Figols, miembro del Seminario de Investigación para la Paz realizada para el  Heraldo de Aragón,12 de julio del 2020

Fotos: La Habana, RIAM


-Si fueras ministro de Educación, ¿qué propuestas harías para mejorar la convivencia en las aulas?

La verdad es que me cuesta imaginarme en ese rol, pero si considero el nivel de influencia que se puede ejercer desde ese puesto, creo que lo pondría al servicio de aumentar la formación del profesorado, especialmente del de Educación Secundaria Obligatoria. Toda mejora de la convivencia pasa por la capacidad de este colectivo para promover y facilitar el cuidado de la misma. Algo que implica ir mucho más allá de la aplicación de medidas punitivas que, como en el caso de las expulsiones, acaban siendo incluso contraproducentes.

Del profesorado depende la legitimación y articulación de cualquier tipo de recurso o espacio igualitario de construcción colectiva de los que se precisan para atender eficazmente la convivencia. Su reto es el de ser capaz de promover una comunidad escolar corresponsable y coparticipada que garantice a todos sus miembros la adquisición de los mejores aprendizajes, entre los que se encuentra el del cuidado de los otros. El aula, desde luego, es un espacio privilegiado donde debería cristaliza este propósito. Y por ello, es donde más se pone en juego su saber hacer, su capacidad pedagógica, de atención y cuidado.

-¿Cómo se puede mejorar la acogida del alumnado inmigrante?

Con las personas inmigrantes o pertenecientes a minorías étnicas, es fundamental procurar  dar un sentido al espacio escolar que les permita vivirlo como propio. Algo a lo que contribuye especialmente la visibilización y la consideración de las aportaciones y singularidades de su cultura en los propios contenidos curriculares. No sirve con transmitirles que son importantes y que se les tiene en cuenta si luego todo lo que se les propone aprender deja fuera aquello con lo que se identifican y de donde proceden.

El centro educativo tiene que poder ser percibido como un espacio de acogimiento, donde tanto este alumnado como sus familiares encuentren reconocimiento y oportunidades de participación, pudiendo sumar sus voces a las del resto de la comunidad escolar en un plano de igualdad.

¿Cómo se puede evitar la creación de centros gueto? Qué medidas se pueden llevar a cabo? ¿Choca con la libre elección de las familias?

Si entendemos los centros guetos como aquellos en los que se concentra el alumnado procedente de la inmigración, no creo que ésta sea la raíz de los problemas de convivencia y fracaso escolar a los que nos enfrentamos. Hay experiencias como la Comunidad de Aprendizaje Joaquim Ruyra, en Hospitalet de Llobregat, que con un 92% de población de origen extranjero obtiene resultados muy por encima de la media, incluso de los centros de mayor prestigio de Barcelona. Algo a lo que contribuye también la profunda riqueza de su diversidad. Es verdad que cuando esta diversidad disminuye se reducen las oportunidades de aprender, pero eso lo padece cualquier centro cuya población es excesivamente homogénea.

Así, más que al tipo de alumnado que llega a los centros, a lo que deberíamos prestar especial atención es a qué se hace con él en las aulas y en qué consideración se le tiene, tanto a él como a sus familias. 

Tenemos ante nosotros el reto de asumir un importante cambio de perspectiva, la de que el aprendizaje requiere interacción, sentido, transformación y construcción colectiva, lo que implica abrir los centros a la participación de la comunidad, especialmente de las familias, así como implementar prácticas educativas donde prime el diálogo, la reflexión, el análisis y el trabajo conjunto con los iguales y las personas adultas de los entornos más cercanos.

Las familias buscan centros en los que sus hijos e hijas aprendan lo máximo posible en un entorno de cuidado y respeto. Eso lo garantizan centros donde prima esta dimensión dialógica y comunitaria. Por ello, cuantos más centros sean capaces de ofrecerlo más oportunidades de elección tendrán.

-Ahora hay una mayor sensibilización sobre el acoso escolar. ¿Se está trabajando bien desde los centros? ¿Qué haría falta para acabar con estos casos?

En los últimos años parece haber aumentado significativamente la sensibilidad hacia este tema. Las administraciones educativas han sido capaces de situarlo entre las prioridades que han de atender los centros y cada vez más claustros se forman y movilizan para procurar erradicarlo. Esto, ya de por sí es esperanzador y contribuye a mitigarlo.

No obstante, todavía queda camino por recorrer. Una de las variables que se han identificado como más relevantes a la hora de combatirlo es el posicionamiento de las personas que asisten como espectadoras. Su pronunciamiento de rechazo, su posicionamiento del lado de la víctima y su movilización colectiva para combatir estas actitudes parecen constituir, según las investigaciones más recientes, dimensiones claves para su erradicación. Programas con incidencia contrastada como el Kiva finlandés o el modelo comunitario de prevención y resolución de conflictos que se promueve desde el proyecto de Comunidades de Aprendizaje procuran incidir sistematizadamente en estos aspectos.

 

-En Aragón hay programas de alumnos mediadores y alumnos ayudantes. ¿Es clave implicar a los chavales para mejorar la convivencia escolar y luchar contra el acoso?

Desde luego esa es una variable transcendental, que adquiere mayor fuerza cuanto mayor es el número de alumnado comprometido para combatirlo. Se ha podido demostrar que en estos programas quien suele obtener mayores beneficios es precisamente el alumnado implicado. Por ello, lograr la movilización activa de su totalidad sería la meta más ambiciosa, pues garantizaría que nadie se queda fuera. Sí, además, se logra la implicación de las familias y de otros agentes de la comunidad y todos ellos, junto con el profesorado, son capaces de emprender acciones conjuntas desde una dimensión igualitaria, su grado de incidencia y capacidad de prevención se multiplica exponencialmente.

-Hay muchos casos de ciberacoso que tardan más tiempo en hacerse visibles. ¿Cómo se puede trabajar este tema?

En un trabajo que realizamos recientemente revisando la literatura científica más relevante en torno a esta cuestión, pudimos constatar que las estrategias preventivas más eficaces se centraban en: incidir en la relevancia de que las víctimas puedan pedir ayuda a sus amistades; promover un clima escolar que se posicione contra las agresiones en favor de las víctimas; fomentar las relaciones de amistad en las escuelas; y activar y dar a conocer recursos de prevención y detección del acoso que impliquen a los jóvenes y a otros miembros de la comunidad.

Un aspecto en el que la literatura consultada coincidía era en señalar los riesgos que entraña la “desconexión moral” de quienes asisten como espectadores a las situaciones de acoso y ciberacoso. Por ello, se aconseja procurar mostrar las consecuencias psicológicas que producen en las víctimas. La clave estaría en fomentar la empatía, evitar la insensibilización y favorecer la movilización de los iguales.

-Has estudiado mucho las escuelas inclusivas. ¿Cuáles son las claves del éxito de estos centros? ¿Es más fácil la convivencia en escuelas pequeñas y en el medio rural? 

Una escuela inclusiva es un centro capaz de articular recursos y medidas eficaces y constantes para reducir al máximo las barreras que producen discriminación o exclusión y que limitan las posibilidades de acceder a los aprendizajes previstos. Más que proyectos conclusos, son iniciativas en permanente construcción y revisión para procurar garantizar el acogimiento, el cuidado, la atención y la adquisición de conocimientos. Su éxito depende, por tanto, de su capacidad para estar a la altura de estos propósitos, lo que hoy pasa por prestar especial atención a las personas que forman parte de los grupos más vulnerables frente al acoso y el fracaso en la escuela, como son las que tienen algún tipo de discapacidad, las que tienen o aparentan tener una orientación sexual no heterosexual, las de origen inmigrante y las chicas.

Las escuelas pequeñas o las del medio rural cuentan con la ventaja de tener que poner de acuerdo frente a estos propósitos a equipos y grupos más reducidos y, especialmente en el caso de las segundas, de tener un acceso más cercano a los recursos de la comunidad. El inconveniente al que se enfrentan es que pueden encontrarse con más dificultades para superar los encasillamientos que puede padecer cierto alumnado y para ofrecer oportunidades de encuentro más diversas.

-La ponencia se ha celebrado con tres meses de retraso y en versión online por el coronavirus. ¿Cómo crees que ha afectado esta situación de pandemia y confinamiento al ámbito de la educación?

Bueno, creo que nos falta distancia todavía para valorarlo. A lo que yo he asistido es, por un lado, al encomiable esfuerzo de una parte del profesorado por procurar compensar y acompañar a su alumnado, y, por otro, a una preocupante desorientación y falta de rumbo. 

Lo que sí que creo que ha puesto en evidencia la pandemia es la importancia de considerar a las familias y la comunidad en la atención y el acompañamiento educativo y confío en que este sea un aspecto que salga fortalecido.

-Tus reflexiones durante la ponencia sobre convivencia escolar, acoso, educar en los sentimientos, etc. me llevaban a pensar en la serie ‘Merlí’. ¿La has visto? ¿Crees que ayuda a reflexionar sobre la convivencia en los centros? ¿Es buena para los chavales?

Si, la vi y disfruté mucho con ella. Más allá del excentricismo del personaje, destaco el respeto que muestra por las voces de los adolescentes y la apuesta por el diálogo como herramienta educativa. Mis hijas adolescentes fueron las que me la recomendaron y yo se la recomendaría más que a los chavales, al profesorado. Permite ayudar a pensar sobre la transcendencia de su papel y las consecuencias de su buen o mal hacer.

 


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