Segunda sesión- Padres en cuarentena ¿al cuidado de sus
hij@s?
La
inexistencia de políticas públicas dirigidas a la orientación de los padres a
una mejor asunción de los roles paternos; la resistencia de los propios padres a
romper con los estereotipos rígidos, construidos y asignados socialmente a
ellos; y el temor de que proporcionar más cariño, amor y dedicación a los hijos/as, afecte su
condición de hombres masculinos y la de los
hijos —en caso de que sean varones—; no permiten una verdadera mejoría de las
prácticas paternas.
Los
hijos/as necesitan recibir el mismo grado de afecto tanto de la madre como del
padre. Precisan saber que el padre cumple otros roles en su cuidado, y es capaz
de brindarles un beso en un momento de felicidad o un abrazo cuando requieren
apoyo. Sentir ese contacto directo con el padre, les demuestra que existen y
les importa.
Contribuir
a revertir esta situación no es tarea fácil, pero debemos empezar por nuestro
propio núcleo familiar. No importa si no somos padres. Desde nuestros papeles
en la familia —hermanos/as, tíos/as, abuelos/as, etc. —, podemos incentivar
tales cambios. La cuestión está en si seguimos reproduciendo estereotipos y
patrones de conducta socialmente establecidos, o si luchamos contra ellos, en
pos de un mejor disfrute familiar.
¿Padre obligado o padre colegiado?
Históricamente
se ha visto a este padre obligado o colegiado como la representación familiar que encarna los atributos patriarcales de la valentía,
heterosexualidad, autoridad, severidad e inteligencia. Una imagen encerrada
en la dicotomía de ejercer la violencia y
de proveer bienes materiales al hogar. El padre es también una figura biológica; pero más
que esto, el hecho de ser padre trasciende a lo social. Si bien en épocas
pasadas, cuando las familias vivían escenarios sociales más rígidos y
restringidos, que incluso se extienden hasta la actualidad, en las que se
necesitaba obligatoriamente de la presencia del padre natural de los hijos en
la familia —fuera alcohólico, mujeriego o violento para con sus similares—, desde
los años sesenta del siglo pasado, se nota una singular mejoría en este
sentido.
Una de las problemáticas que
enfrentan las sociedades de hoy en día, se refiere a la distinción entre padre
biológico y padre social. Nuestra sociedad reconoce la legitimidad del padre
genético, es decir, el que junto a la madre genética, procrea descendencia
biológica. No importa si esta pareja se divorcia, el padre de la criatura
seguirá gozando de derechos y deberes legítimos aprobados por la ley. En
cambio, a un padre social —el que cría al hijo/a—, no se le reconocen los
mismos deberes y derechos. Es una contradicción, pero es una situación socialmente aceptada,
aunque en muchos casos, los padres no genéticos se comportan mejor que los
biológicos. La figura paterna es vista erróneamente en los diferentes contextos
sociales, como desprovista de ternura, afecto, comprensión e incapaz de
transmitir sentimientos que históricamente se le han atribuido a la madre con
respecto a los hijos/as. Una vez más hallamos otra coincidencia con el estereotipo
del ideal masculino, que perturba en proporciones inimaginables, la relación
padre-hijo/a e, incluso, se afecta la del padre con la madre.
¿Es tan difícil darle el cuidado a un padre?
Cuando se
define al modelo hegemónico de masculinidad presente en nuestras sociedades, la paternidad se encuentra vinculada de manera directa con características como:
proveer el sustento económico, ser
autoritario, mostrar una personalidad fuerte, firme, racional y con una ausencia —al menos de manera tangible— de emociones y afectos. Se evidencia
en esta definición el contraste en todo momento
con el paradigma paralelo de la maternidad, signado por: el cuidado directo, la comprensión, el cariño, el sustento emotivo y el contacto físico, entre otros.
El asumir la
responsabilidad del sustento económico de los hijos/as, es uno de los mayores retos
impuestos por el modelo de masculinidad hegemónico a los hombres. En infinidad de ocasiones no percibimos que el
cuidado es una habilidad que se aprende a lo largo de la vida. Desde la
infancia las mujeres practican el cuidado infantil, son estimuladas, por
ejemplo, a jugar con muñecas, poniendo en práctica lo que supuestamente les
espera: la vida doméstica. Cuando un niño incluye entre sus juegos temas o juguetes
relacionados con el hogar, es censurado y castigado.
Existen tribunales de familias y grupos de mediación
donde los hombres se pueden asesorar de alguna manipulación de este tipo. El Código de Familia y las leyes
en Cuba no dejan a los padres fueras del derecho de paternidad. Muchas veces
concepciones machistas erradas no permiten el cumplimiento de leyes donde el
derecho de ambos está reflejado. Aunque la igualdad ante la ley no lo es ante
la vida, el conocimiento de la misma nos libera de abusos y castigos innecesarios
en el ejercicio de la paternidad o maternidad.
En Cuba se aprobó en el 2003, el
importante Decreto Ley número 234 que permitió, por primera vez
en la Historia Nacional, que los padres de un recién nacido tengan
derecho, como las madres, a dedicarse a
su cuidado. Hasta Los
medios de comunicación le dieron amplia difusión, y Tomasita Quiala, una repentista de música campesina,
dedicó la siguiente rima:
El padre puede cuidar
la fruta recién nacida
desde que llega a la vida
y le da luz al hogar.
El poder amamantar
es materno solamente,
pero el padre competente
llena de pomo el cariño.
Si para cuidar a su niño
el amor es
suficiente.
Cuando se
define al modelo hegemónico de masculinidad presente en nuestras sociedades, la
paternidad se encuentra vinculada de manera directa con características como:
proveer el sustento económico, ser autoritario, mostrar una personalidad
fuerte, firme, racional y con una ausencia —al menos de manera tangible— de emociones
y afectos. Se evidencia en esta definición el contraste en todo momento con el
paradigma paralelo de la maternidad, signado por: el cuidado directo, la
comprensión, el cariño, el sustento emotivo y el contacto físico, entre otros. l
asumir la responsabilidad del sustento económico de los hijos/as, es uno de los
mayores retos impuestos por el modelo de masculinidad hegemónico a los hombres.
Fracasar en este deber se convierte en una fuente de humillación, capaz de
generar un aumento en la práctica de episodios violentos hacia los hijos/as y
la pareja, motivado por la frustración de no poder cumplir con las expectativas
que la sociedad ha puesto en ellos.
¿Paternidad homosexual?
Esto es aún un tema pendiente para la comunidad LGTBI que
tiene otros derechos que reconocer primero como los matrimonios, uniones civiles o como se le quiera nominar a
la relación de parejas del mismo sexo de forma legal. La adopción parece aún un
tema no cercano en reconocerse con inmediatez.
La sexualidad y sus opciones no se promueven con proselitismo
o campañas para promover derechos ineludibles de la comunidad LGTBI. La
orientación que elegimos pasa por el gusto personal y las prácticas que
tengamos de las mismas. Es absurdo pensar que los niños y niñas son miméticos en reproducirlo. Bajo este
concepto no existieran población LGTBI ya que la promoción mayor y más
legitimada es la heterosexual.
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