En la foto el
historiador y antropólogo cubano Julio César González Pagés
Escrito por Vladia Rubio/CubaSí
Al igual que las mujeres sufren
discriminaciones, inequidades y violencias, los hombres también son víctimas,
aunque muchos se lo callan y aparentan ser los más felices dentro de sus
pantalones. Pareciera que los europeos están descubriendo ahora cuán
discriminados pueden sentirse los hombres por su género. Sin embargo la Red
Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM), que encabeza un cubano, lo
reveló hace mucho tiempo.
Hace unas semanas, Caitlin Moran,
columnista y feminista británica, convocó desde su cuenta en Twitter para que
revelaran los inconvenientes de ser hombre en la actualidad. A tal punto
destapó la Caja de Pandora con su exhortación que llovieron las anécdotas, los
comentarios, y más de una agencia de prensa se enfocó en el tema.
Pero el historiador y antropólogo
cubano Julio César González Pagés, coordinador de la Red Iberoamericana y
Africana de Masculinidades (RIAM) ha investigado sobre el asunto durante años y
desplegado todo un trabajo de educación, promoción y activismo social al
respecto y más allá de los tópicos de género incluso. Y una de las
exhortaciones más originales de esta Red es a los hombres contra la
masculinidad hegemónica.
A tal punto el problema es
conocido por estas latitudes, que la RIAM cumple este mes once años de fundada.
El 19 de noviembre es su aniversario y no es una fecha fortuita.
Precisamente en esa hoja del
calendario se celebra el Día Internacional del Hombre, instituido por la Unesco
hace 20 años para subrayar cuánto entraña realmente ser hombre y promover la
igualdad de género.
También los medios de
comunicación, incluido este portal, han abordado el asunto de las
masculinidades en más de una oportunidad y cada vez son más las acciones en esa
dirección.
Incluso, en el contexto de la 27
Feria Internacional del Libro de La Habana, fue presentado en febrero último el
título “Masculinidades en movimiento”. Se trata de un manual de capacitación en
masculinidades que resume una década de buenas prácticas promovidas por la RIAM
desde la academia, los ámbitos artísticos, deportivos y jurídicos y formó parte
de las actividades del Sistema de Naciones Unidas en Cuba.
Durante la presentación de ese
texto de un centenar de páginas, Enmanuel George, coordinador de proyectos de
la RIAM, señalaba que el mismo “invita a que los hombres se coloquen frente al
espejo para analizar de forma crítica los costos de la masculinidad hegemónica
en sus vidas”.
Hombres frente al
espejo
Lyber G, cubano de 28 años,
trabajador en un taller donde se reparan teléfonos móviles, tablets y otras
tecnologías, ratifica, no frente al espejo, sino en diálogo con esta reportera,
que se siente víctima de las creencias y prejuicios que en el imaginario popular
establecen cómo debe ser un hombre.
No lo dice exactamente así pero
cuenta que se estrenó como padre hace un par de meses y que lo mismo su mamá,
que su suegra y hasta su propia esposa le insisten una y otra vez en que él no
sabe, que “no tiene el instinto”, y, por tanto, no debe ni intentar bañar solo
a la bebé y ni siquiera cambiarle el culero, “porque no la vas a limpiar bien”.
Cuenta que cuando la vio por
primera vez, a solo horas de haber nacido, “sentí una cosa muy grande, no tengo
forma de decirlo, pero fue como una emoción que se me subió a la garganta, a
los ojos, y tuve que embarajar para que no me vieran las lágrimas”. Pero ni la
mamá de la recién nacida ni sus abuelas se vieron precisadas a voltear la cara
para ocultar la emoción que les humedecía la mirada. ¿Por qué él sí?
Le pregunté qué lo hizo esconder
aquellas lágrimas de felicidad y no supo responderme. Se encogió de hombros y
replicó como si fuera una verdad universal e inamovible: “Es que los hombres no
lloran, periodista. Mis amigos y la familia me iban a dar tremendo chucho.”
Lyber nunca dijo, ni siquiera de
manera sugerida, que escondió sus lágrimas como resultado de conductas
discriminatorias, de expropiaciones derivadas de cánones culturales,
psicológicos, familiares... No es consciente de ello, no lo sabe.
Y como él, son muchísimos los
hombres cubanos -niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos-, a quienes
sucede lo mismo.
Porque aunque la RIAM ha dado la
batalla junto a muchas otras entidades, instituciones y organizaciones, solo se
han dado los primeros pasos en este camino de validar las masculinidades
cubanas tal y como son, como merecen.
A resultas, las consecuencias son
como las vividas por Lyber y mucho peores aunque no siempre visibilizadas,
incluyendo impactos negativos en la salud. Como tendencia, las enfermedades y
la mortalidad es mayor en hombres que en mujeres, y ello a consecuencia -entre
otras causas- de violencias físicas y también psicológicas.
“Los hombres mueren más que las
mujeres en Cuba, en sentido general y particularmente por causas violentas,
dígase accidentes, suicidios y homicidio”, afirmó el doctor Orestes Canales
Palacio, profesor de la Universidad de Ciencias Médica Miguel Henríquez, en el
contexto del VIII Congreso de Educación, Orientación y terapia Sexual,
realizado en La Habana en junio último.
Claro, tampoco está resuelto el
tema de la igualdad de género y la no discriminación en el caso de la mujer, y
lo mismo puede decirse en cuanto a determinados grupos sociales, pero ello no
es óbice para que algunos crean y repitan que todos los hombres viven felices
dentro de sus pantalones.
Aclaro que este texto en
particular se concentra en particular en los hombres heterosexuales, los
homosexuales, transexuales, bisexuales así como aquellos con otras características,
merecen artículo aparte, porque sus vivencias y limitaciones son otras.
Pero el camino hacia la equidad
convoca a pensar lo masculino de manera diferente y a conducirse en
consecuencia. Porque desde que el futuro bebé es visualizado gracias al
ultrasonido en la barrigota de mamá, y se conoce –si es posible y si se
pregunta- si es niño o niña, comienza en ese mismo instante a activarse un
fardo de pesados mandamientos en cuanto a cómo debe ser un hombre o una mujer.
No están escritos en ninguna parte.
Se trata de toda una construcción sociocultural, marcada por la economía, la
historia y hasta por la geografía, que regula y legitima el deber ser,
condenando a su vez lo que se aparte de la norma.
De acuerdo con tales
“mandamientos” el varón ha de ser fuerte, valiente, decidido, exitoso, capaz,
intrépido, arriesgado, estar siempre dispuesto a compartir un trago y también
con la mujer que sexualmente lo requiera. Ha de ser proveedor –en términos de
economía doméstica- , protector, procreador, y no debe expresar dolor ni otros
sentimientos como el miedo o la ternura.
Precisamente estos prejuicios de
que los hombres no lloran ni se enternecen fueron los que obligaron al Lyber a
ocultar las lágrimas al ver a su hijita recién nacida, y son los que pueden llegar
a limitarlos de compartir plenamente y disfrutar la crianza de sus hijos,
alejándolos de importantes dinámicas familiares.
Padre no es cualquiera
La investigación Masculinidades
en Cuba: legitimación de una dimensión de los estudios de género, seis años
atrás ya revelaba cuánto llegan a frenar esos prejuicios, convertidos en
lastres para una vida plena.
Al indagar sobre significaciones
imaginarias de masculinidades en grupos de hombres de la región oriental, en el
acápite dedicado a los hombres-padres, comprobaron que “El ideal de padre que
circula en las significaciones sociales supone un hombre participativo en la
educación de los hijos, comunicativo y capaz de propiciar un ambiente
armonioso. Sin embargo, cuando se hizo alusión al “padre preocupado” se
refirieron al que está pendiente de todo lo que necesitan los hijos y es capaz
de gestionarlo. El rol tradicional de proveedor se reafirmó en la asunción de
la paternidad, legitimándose la división padre-proveedor y madre-afectiva.”
Sin embargo, también “fue posible
detectar quejas e insatisfacciones respecto a la desvalorización social de la
paternidad, que podemos sintetizar en frases como “padre no es cualquiera,
también hay uno solo”.
Es un convencimiento que cada vez
va abriéndose paso con más solidez. No por gusto el artículo 67 del Proyecto de
Constitución recoge que “El Estado protege a las familias, la maternidad, la
paternidad y el matrimonio”. Mientras que en el 69 se incluye que “El Estado
garantiza, mediante los procedimientos legales adecuados, la determinación y el
reconocimiento de la paternidad”.
Al respecto de cómo se visibiliza
de modo explícito la paternidad por primera vez en la Carta Magna, la doctora
Yamila González Ferrer, vicepresidenta primera de la Unión Nacional de Juristas
de Cuba y profesora de la facultad de Derecho de la Universidad de La Habana,
comentó: “en la constitución de 1976, la que está hoy vigente, se habla solo de
la maternidad. Existen muchos estereotipos sexistas como madre solo hay una y
padre es cualquiera, y, en consecuencia, se ha trabajado mucho porque
prevalezca una visión de corresponsabilidad, por visibilizar la paternidad”.
Mucho más que vestir de
rosado
A esta inclusión del tema
paternidad en el Proyecto de Constitución, importantísimo paso en bien de las
familias cubanas, de sus hijos, y también de masculinidades más plenas, se
añaden otros cambios de menor resonancia pública pero también interesantes y
asociados a las formas de ser hombre.
Se trata de la emergencia de una
nueva imagen masculina que tiene en uno de sus extremos el adjetivo de
metrosexual, pero que en instancias menos radicales incluye, por ejemplo, la
depilación de las cejas, del cuerpo, el arreglo de uñas y otras preocupaciones
por la estética corporal.
Tales imágenes se acompañan de gestualidades
y conductas relativamente novedosas como darse besos en la cara y otras
muestras de afecto antes reservadas a las mujeres.
Asimismo, este curioso tránsito
de imágenes comprende el uso de colores y estampados en la ropa que años atrás
moverían a burla. Colores rosas, lilas, anaranjados, flores, animalitos...
conforman una variopinta paleta, la cual, obviamente, no es elegida por todos
ni es por todos bien vista.
Son sobre todo los jóvenes
quienes optan por estas tendencias, pero, paradójicamente, aun llevando camisas
rosa y las cejas perfectamente depiladas, algunos de ellos continúan
perpetuando patrones patriarcales en el trato a la mujer y en sus propios modos
de ser hombre.
Sus familias, como tendencia, les
secundan, movidas claro está por las mejores intenciones. Y cuando el tránsito
a nuevos modos trasciende la epidermis e incluye, por ejemplo, la incorporación
a tareas domésticas, a veces son las propias esposas, hermanas, compañeras de
trabajo y amigas quienes más a menudo de lo deseado les hacen burla y critican
abiertamente porque “eso no es de hombre”.
Ocurre que aunque la academia y
el quehacer de instituciones vayan un tanto más adelante en este caso, no
pueden borrarse de un plumazo tantas décadas de mentalidad patriarcal.
Muchas Jornadas de maternidad y
paternidad responsables deberán seguirse realizando, sumándose a las ocho que
ya han tenido lugar. Unicef de seguro agregará otras iniciativas a su reciente
"Padre desde el principio", primer manual cubano sobre paternidad responsable
presentado en julio pasado.
Construir las nuevas
masculinidades que cada cubano y cubana necesita implica, entre muchas otras
cosas, hacer que cada cual conozca realmente los riesgos y cortapisas que
entraña el modelo tradicional de masculinidad; continuar sensibilizando y
educando de la mano de la evidente voluntad política del estado y gobierno
cubanos, hermanando cada vez más la academia y el activismo social.
El doctor Julio César González
Pagés lo recordaba al comentar sobre masculinidades en entrevista concedida a
la publicación Somos Jóvenes: “El machismo, insisto, es una ideología que nadie
elige; es él quien nos aborda y atrapa con sus múltiples caras y coerciones”. Y
más adelante apuntaba refiriéndose al hombre cubano atrapado por esos
prejuicios: “Lo triste es que pensemos que es feliz debiendo ser hegemónico”.
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