Por Dixie Edith
La
Habana- 10 de octubre de 2014- Aunque la historia conocida
revele apenas unos pocos nombres, muchas cubanas del siglo XIX se sumaron a las
gestas independistas contra el dominio español, a contrapelo de la fuerte y
arraigada tradición que las obligaban a vivir puertas adentro de sus casas.
"Queda
por hacer una lectura de género de las guerras de independencia para aquilatar
el verdadero papel de las mujeres", sostuvo en entrevista con SEMlac el
doctor Julio César Gonzáles Pagés, historiador que ha dedicado muchas de sus
investigaciones a rescatar la memoria de las mujeres de la isla.
"A
la hora de hacer un estudio de este período, sobre todo a escala local, es
importante visualizar personas, poner nombres. Pero también hay que hacer un
análisis más global porque, a veces, cuando resaltamos individualidades,
quitamos el mérito al colectivo y creo que las luchas por la independencia de
Cuba tuvieron una participación de mujeres que no fue excepcional, sino
mayoritaria", agregó el también profesor de la Universidad de la Habana.
La
llamada Guerra de los Diez Años, primera contra la colonia española que recoge
la historia cubana, comenzó el 10 de octubre de 1868 con el levantamiento en
armas de Carlos Manuel de Céspedes, un hacendado y patriota de Bayamo, ciudad
ubicada a unos 750 kilómetros de la capital, quien también liberó a sus
esclavos.
Treinta
años duraron las conflagraciones contra España, interrumpidas por breves
períodos de incierta paz.
La
historiografía cubana las divide en tres: esa primera, que terminó en 1878; una
intermedia, muy pequeña, nombrada la Guerra Chiquita, y la final, iniciada el
24 de febrero de 1895, a la que José Martí, el Héroe Nacional cubano, denominó
la "guerra necesaria" y culminó con la intervención estadounidense en
1898.
En
ciudades como Matanzas y Puerto Príncipe, del centro y oriente,
respectivamente, por sólo citar dos ejemplos, ocurrieron acciones femeninas
previas al levantamiento en armas.
En
la Sociedad Filarmónica de Matanzas, en fecha tan temprana como 1849, un grupo
de mujeres no participó del baile en una de sus reuniones, como protesta ante
la presencia de oficiales españoles.
De
igual forma, en Puerto Príncipe, en agosto de 1851, otras se cortaron el
cabello ante el fusilamiento de algunos hombres de la ciudad, entre los cuales
estaba el patriota José de Agüero y Agüero, todos acusados de infidentes a la
Corona española. En esa época, las mujeres que se cortaban el pelo eran tomadas
por prostitutas.
"Es
evidente un compromiso previo a la contienda y, aunque el acto militar de la
guerra es masculino, ésta no es sólo el combate, también es el aseguramiento,
la retaguardia, los hospitales de campaña", reflexionó González Pagés.
La
escritora cubana Mirta Aguirre calificó las luchas independentistas cubanas de
"guerras familiares", por la participación en ellas de matrimonios
que llevaron consigo a sus hijos, según refiere el texto Influencias de la
mujer en Iberoamérica, editado en 1948.
Entre
los pocos nombres de mujeres que han vencido el olvido de los libros de
Historia pueden citarse el de Mariana Grajales, la madre de los hermanos Maceo;
María Cabrales, Amalia Simoni y Bernarda Toro, que acompañaron a sus esposos,
generales del Ejército Libertador, en los campos de batalla.
También
está el de Rosa, La Bayamesa, esclava negra que alcanzó los grados de Capitana;
CarmitaCancio, La Negra, colaboradora de Carlos Manuel de Céspedes, que
transportaba armas, alimentos y mensajes; Adela Ascuy, también Capitana, pero
de Sanidad Militar, quien participó en más de 40 combates; Isabel Rubio, cuya
casa fuera el mayor centro conspirador de la occidental provincia de Pinar del
Río; y Emilia Casanova, fundadora de clubes patrióticos en la emigración, quien
atesoraba cartas escritas por Giuseppe Garibaldi en las que éste apoyaba la
gesta de Cuba.
Sin
embargo, la también historiadora cubana Raquel Vinat de la Mata, coincide con
González Pagés.
"Evocar
en breves líneas el valor desplegado por las cubanas durante las contiendas
independentistas del siglo XIX representa, más que un difícil ejercicio de
selección, una tarea involuntariamente injusta, pues toda síntesis implica
omisiones y, si somos fieles a la razón, muchas son las antepasadas que merecen
ser reconocidas como paradigmas de la dignidad patriótica nacional".
Investigadora
titular del Instituto de Historia de Cuba, Vinat también ha abogado por una
mirada más profunda a esta etapa de la épica patria.
"No
es reiterativo recordar la arbitraria tendencia a identificar la labor femenina
cubana con la obra de un exiguo grupo de heroínas. Esto se explica porque
algunos investigadores, por desconocimiento o arraigada cosmovisión androcentrista,
aquilatan a estas mujeres no sólo por ser las más descollantes, sino más bien
por ser una suerte de excepcionalidades", sostuvo en entrevista con la
quincenal revista Bohemia, publicada en 2004.
Un
hecho queda claro del estudio de la historia. Las guerras independentistas,
sobre todo la de los Diez Años (1868-1878), cambiaron la imagen que se tenía de
la mujer cubana, tanto por parte de los independentistas, como de los
colonialistas españoles.
"Las
cubanas son las que han hecho la insurrección en Cuba", expresó el
historiador español del siglo XIX Antonio Pirala, un hombre que siempre
defendió el colonialismo en la nación caribeña.
"Cuando
una persona tan conservadora como Pirala dice algo así, es señal de la
admiración que estas mujeres despertaron en él", afirma González Pagés.
En
la guerra y para la paz
"Si
tuviera que elegir una heroína, sería, en primer lugar, Ana Betancourt de Mora,
porque simboliza el sueño de las mujeres que también abogaron por sus derechos
y no sólo vieron en el acto de la independencia un asunto de la patria, de la
nación", confesó a SEMlac González Pagés.
Ana
Betancourt nació en la oriental ciudad de Camagüey, el 2 de febrero de 1832, en
una familia acaudalada. Recibió una educación pragmática, como correspondía a las
mujeres de la época, que incluyó bordados, tejidos, cocina y atenciones
hogareñas. Y se casó con el joven Ignacio Mora el 17 de agosto de 1854.
Mora
era un hombre adelantado a su tiempo y no quiso destinarle a su esposa sólo las
labores hogareñas y las atenciones matrimoniales. La estimuló a estudiar
idiomas, literatura y otras materias, hasta que los sorprendió el fervor
independentista y la pareja se sumó sin titubeos a las luchas contra el
colonialismo español.
Mora
se unió a las tropas del patriota Ignacio Agramante, pocos días después del
alzamiento de Céspedes. Ana los despidió y alentó: "Por ti y por mí, lucha
por la libertad".
Pocos
meses después, el 14 de abril de 1869, en Guáimaro, Camagüey, se efectuó la
Asamblea Constituyente de la República en Armas, donde nació la primera
Constitución de Cuba libre. Allí, Ana Betancourt anticipó demandas que las
cubanas asumirían, en conjunto, varios años después.
"Ciudadanos:
aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir
la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud
del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer",
dijo a los reunidos en Guáimaro.
Otras
dos mujeres de la gesta han acaparado especialmente la atención de González
Pagés.
"Una
es Magdalena Peñaredonda, pinareña (la provincia más occidental de la isla).
Llegó a ser Capitana del Ejército Libertador y luego se incorporó al movimiento
feminista, sufragista.
Fue una de las periodistas más agudas de los primeros
años de la República. Durante la guerra del 95 la llamaban "la delegada de
Vueltabajo". Para que una mujer haya sido legitimada de esa manera en
aquella época, debe haber sido una mujer muy grande", aseguró.
La
otra fue Edelmira Guerra, una cienfueguera que abogó por el derecho al divorcio
y fundó un club independentista, el "Esperanza del Valle", en junio
de 1896, en la zona central de Cuba. También fue mambisa y realizó labores de
espionaje para las tropas libertadoras.
"Esta
mujer no estuvo preocupada sólo por apoyar la guerra, sino también por lo que
llamamos ahora cuestionamientos de género", reflexionó el historiador.
Clubes
como el de Edelmira nacieron en Cuba y en el exilio y resultaron vitales para
el sostén económico de la guerra. Se estima que entre 1892 y 1898 existieron
alrededor de 85 clubes en la emigración, más unos 20 en la isla. Según González
Pagés, entre abril de 1893 y marzo de 1895 estas agrupaciones lograron recaudar
importantes fondos para la guerra.
Pese
a sus valiosos aportes, las investigaciones señalan que, como suele suceder en
los conflictos bélicos, las mujeres fueron las grandes perdedoras de la campaña
independentista.
"Fue
una guerra devastadora, que duró 30 años, y cuando se instauró la república, a
las cubanas no se les dio ni el voto. Muchas se quedaron viudas y sin hijos, a
veces en terceros países, sin poder volver porque habían dado todo su dinero
para la guerra", relató González Pagés.
Ana
Betancourt de Mora fue una de esas mujeres. Lo único que pidió entonces fue un
pasaje para venir a morir a Cuba Y no se lo pagaron. Ella falleció en Madrid,
en 1906, y no fue hasta 1968 que sus restos fueron traídos a Cuba.
"Son
historias que constan en documentos, en cartas, en la prensa de la época. Una
vez el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals me dijo que, cuando se
estudiaran con detenimiento y acuciosidad, la historia de Cuba, sobre todo la
relativa a las mujeres, iba a cambiar", aseveró el investigador.
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