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Friday, August 8, 2014

Nicolás Harambour Nieto




Soy un feminista, porque reconozco en los procesos de construcción social del género una histórica reproducción de violencia simbólica. Porque soy hombre, y como tal fui preparado para menospreciar a las mujeres, para pensarlas desde mi propia satisfacción, y para negar que este sesgo existe. Porque se me enseñó a ver a toda mujer desde una óptica de extrañeza y enemistad, en función de una “solidaridad de género” que tiene tanto sentido como exigirle a un blanco que odie a los negros, por afinidad con su raza. Como consecuencia lógica de mi vergüenza, soy feminista.
Porque tengo madre, hermana y pareja, soy feminista. Porque veo cómo ellas han crecido en un mundo donde su principal cualidad debe ser  la belleza física. Un mundo que todavía le pregunta a mi hermana si no le da miedo practicar un “deporte de hombres”. Un mundo donde, si mi pareja se dedicara a lo mismo que yo, seguramente ganaría menos. O, al menos, su “riesgo” de maternidad desincentivaría su contratación. Soy feminista, porque la maternidad es vista como una práctica casi anómala, que interfiere con el curso de “las cosas”; es vista como un estorbo, como un mal necesario.
Soy feminista, porque existen los concursos de belleza para niñas de 6 años. Porque el color rosado es de niña, y el azul es de niño. Porque a Bachelet le dicen “la gordis”, y se burlan de su forma de vestir (y nos parece lo más normal del mundo). Porque las mujeres usan zapatos con taco y maquillaje. Y algunas, no se atreverían a salir de sus casas sin ellos. Y muchos (y muchas) les reprocharían hacerlo…
Soy feminista, porque a toda mujer se le presentan hoy dos alternativas, y solo dos alternativas: o vales como simulacro de hombre, o te dedicas a la casa y los niños. Soy feminista, porque hoy son hombres los que deciden acerca del cuerpo de la mujer: cómo debe ser, cómo debe presentarse, cómo debe parir.
Soy feminista, porque el linaje familiar es patrilineal, lo cual es biológicamente inexplicable. Llevamos el apellido de nuestro padre, y nuestros padres el de sus padres, perdiéndose a cada escalón familiar, un apellido materno. Porque una mujer -tenga hijos o no- es la punta inconclusa de una familia, aun cuando biológicamente el hombre es capaz de tener hijos con distintas mujeres, y abandonarlos, pero cada mujer llevará en su vientre al hijo, y luego lo alimentará con su propia leche. Ese vínculo de tamaña importancia se desconoce, cómo no, y por eso soy feminista.
Porque suscribimos a diario a lógicas de cosificación de la mujer: la mujer como objeto, a menudo sexual, como “cosa bonita”, como pieza intercambiable, como adorno. La mujer como “mina”, pero no cualquier mujer es mina, sino la potencialmente atractiva sexualmente; la explotable.
Soy feminista porque distinguimos a las señoras de las señoritas. Porque las niñas son “princesitas” que deben ser salvadas por un príncipe redentor. Porque en una relación el hombre debe abrir la puerta, pagar, defender, y tener la iniciativa respecto a una mujer. No digamos que está mal que un hombre haga esto per se, pero es tremenda la arbitrariedad que sustenta la constante asimetría.
Porque la violencia contra la mujer es hoy, año 2013, una reconocida epidemia. Porque hoy el ser mujer es, en sí, un elemento de vulnerabilidad social. Soy feminista, porque esperar que cambie el actual estado de cosas por mera presión femenina es absurdo. Soy feminista, porque para que esto cambie, los hombres debemos ser feministas.

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