POR CARLOS GELMI
Triste y fría la tarde del domingo, como un bostezo del Día
del Amigo que ya fue o una contenida expectativa por el viaje del Papa
Francisco que se acercaba a Rio de Jainero, poblado de argentinos. Para matizar
la esperan estaba el anuncio de un partido que, aunque amistoso y programado
sólo para currar al hincha ávido de buen fútbol, no dejaba de ser una
promesa cierta de un buen entretenimiento entre dos clásicos rivales como Boca
y San Lorenzo. Cuando faltaban como cuatro horas para que en las tribunas se
encendieran la estufas del entusiasmo al calor de las habilidades
desplegadas en el césped antes que se escarchara, en la calle volvió a estallar
el escándalo que siempre creemos desterrado para siempre, pero que también
siempre, está al acecho, detrás de un inocente arbolito, a la vuelta de una
esquina cualquiera, en la vereda que todos los domingos transitamos rumbo al
estudio.
Casi dos centenares de personas, con armas de fuego,
dirimían sus diferencias a balazos a diestra y siniestra. ¿Qué diferencias,
si eran hinchas del mismo club? La lucha por el poder y el poder es dinero.
Dos muertos y numerosos heridos, y la amarga sensación de
que habíamos vuelto a caer en la barbarie que más de una vez prometimos
terminar. En el desborde trágico que las autoridades competentes aseguraron
tener bajo control, como si la fuerza bruta de los criminales puede ser
contenida con el texto de comunicados vacíos, cuya eficacia se diluye en
la vana pelea política donde se dirimen las jurisdicciones electorales, porque
allí también es el voto, el extraño factor que mueve los intereses y
aprieta los gatillos.
¿Qué nos pasa? Antes justificábamos los desbordes en
el necesario desahogo que la gente necesita ante tantas medidas restrictivas,
impuestas por el régimen militar. Pero volvió la democracia y la violencia no
solo continuó sino que se “perfeccionó” las cañitas voladoras dieron paso a los
petardos, éstas a la bengalas y las bombas, y así llegamos a las feroces
bazookas.
¿Podemos extrañarnos hoy que esos “hinchas” deambulen por
las cercanías del estadio superen los controles (¿o son cómplices?) y se
instalen cómodamente en la tribuna o la platea, con toda su artillería
dispuesta a hacer blanco sobre la humanidad anónima que tiene enfrente?.
***
Seguimos discutiendo: ¿quién tiene la culpa de que el
fútbol, que es para todos y que está bien que así sea se haya convertido
en un terreno minado, por bombas caza bobos?. Siempre, las víctima son
inocentes que fueron ingenuamente a cumplir co su rito futbolero de alentar al
club de sus amores, agitando una bandera de papel y pertrechado bajo una
improvisada gorrita, generalmente un pañuelo con sus cuatro vértices anudados
¿Cuándo leyó usted en la lista de las víctimas el nombre de
un “barrabrava” que de barra tiene mucho, ‘pero de brava muy poco? ¿Quiénes
apañan, protegen y financian a estos delincuentes que todos conocen, cuyos
rostros “engalanan” las tapas de las revistas deportivas, pero nadie se atreve
a meter presos como corresponde?
Encumbrados dirigentes deportivos que confesaron saber
quiénes son timoratos al momento de tener que identificarlos han lanzado la
peregrina idea de que son tan respetables como cualquiera desde el momento que
son socios y tienen sus cuotas al día.
Esta es una apreciación tan absurda, exagerada e
injusta para la gente de bien, como los conceptos presidenciales cuando
justifica emocionada a los *barras brava!, metiendo en la misma bolsa el
ingenuo fervor y el malsano fanatismo,
***
El fútbol es para todos, porque es de todos. Con nuestro
dinero se nutre y por ello merecemos que se nos diga adónde van las millonarias
inversiones publicitarias de este amplísimo plan. Porque es de suponer que
además de pagar a los clubes, a las televisoras, a los relatores y
comentaristas, una buena parte de es dinero debe invertirse en seguridad. En
seguridad del hincha, no en viajes al exterior del barra brava que mediante la
extorsión continua, maneja las arcas de las instituciones, digita las
comisiones directivas y cuando algo no es de su agrado, destroza e
incendia las instalaciones
Si tienen nombre y apellido, si tienen rostro identificado,
¿por qué andan sueltos ¿Sólo porque son socios y tienen sus cuotas al días?
El deporte más popular del país y quizás del mundo
está siendo tergiversado, distorsionado, degenerado, malversado, transformado
en una actividad mercantilista donde el hampa ha sentado sus reales. Y mientras
una sociedad sedienta de justicia lucha por el respeto a sus derechos, aquí se
ha institucionalizado la compra y venta de personas al mejor postor, por
pieza entera o por partes.
En ese ámbito, donde el deleite no está marcado por el
bailoteo de una pelota al compás de una gambeta sino por el tintineo de una
caja registradora, no hace falta explicarse porqué andan por allí la violencia
y la muerte?.
¿Prohibir la hinchada visitante? ¿Partidos sin público? Eso
no es fútbol.
Los dirigentes piensan de otra manera. Los funcionarios
tienen su propia teoría. Los periodistas deportivos siguen debatiendo múltiples
fórmulas.
El hincha sufre El barra brava sigue siendo intocable.
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