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Wednesday, July 31, 2013

Masculinidades, deporte y violencia: el futbol argentino no escapa






POR CARLOS GELMI


Triste y fría la tarde del domingo, como un bostezo del Día del Amigo que ya fue o una contenida expectativa por el viaje del Papa Francisco que se acercaba a Rio de Jainero, poblado de argentinos. Para matizar la esperan estaba el anuncio de un partido que, aunque amistoso y programado sólo para currar al hincha  ávido de buen fútbol, no dejaba de ser una promesa cierta de un buen entretenimiento entre dos clásicos rivales como Boca y San Lorenzo. Cuando faltaban como cuatro horas para que en las tribunas se encendieran la estufas del entusiasmo al calor  de las habilidades desplegadas en el césped antes que se escarchara, en la calle volvió a estallar el escándalo que siempre creemos desterrado para siempre, pero que también siempre, está al acecho, detrás de un inocente arbolito, a la vuelta de una esquina cualquiera, en la vereda que todos los domingos transitamos rumbo al estudio.

Casi dos centenares de personas, con armas de fuego, dirimían sus diferencias a balazos a diestra y siniestra. ¿Qué diferencias, si eran hinchas del mismo club? La lucha por el poder y el poder es dinero.

Dos muertos y numerosos heridos, y la amarga sensación de que habíamos vuelto a caer en la barbarie que más de una vez prometimos terminar. En el desborde trágico que las autoridades competentes aseguraron tener bajo control, como si la fuerza bruta de los criminales puede ser  contenida con el texto de comunicados vacíos, cuya eficacia se diluye en la vana pelea política donde se dirimen las jurisdicciones electorales, porque allí también es el voto, el extraño factor que mueve los intereses y  aprieta los gatillos.

¿Qué nos pasa?  Antes justificábamos los desbordes en el necesario desahogo que la gente necesita ante tantas medidas restrictivas, impuestas por el régimen militar. Pero volvió la democracia y la violencia no solo continuó sino que se “perfeccionó” las cañitas voladoras dieron paso a los petardos, éstas a la bengalas y las bombas, y así llegamos a las feroces bazookas.

¿Podemos extrañarnos hoy que esos “hinchas” deambulen por las cercanías del estadio superen los controles (¿o son cómplices?) y se instalen cómodamente en la tribuna o la platea, con toda su artillería dispuesta a hacer blanco sobre la humanidad anónima que tiene enfrente?.

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Seguimos discutiendo: ¿quién tiene la culpa de que el fútbol, que es para todos y que está bien que así sea  se haya convertido en un terreno minado, por bombas caza bobos?. Siempre, las víctima son inocentes que fueron ingenuamente a cumplir co su rito futbolero de alentar al club de sus amores, agitando una bandera de papel y pertrechado bajo una improvisada gorrita, generalmente un pañuelo con sus cuatro vértices anudados

¿Cuándo leyó usted en la lista de las víctimas el nombre de un “barrabrava” que de barra tiene mucho, ‘pero de brava muy poco? ¿Quiénes apañan, protegen y financian a estos delincuentes que todos conocen, cuyos rostros “engalanan” las tapas de las revistas deportivas, pero nadie se atreve a meter presos como corresponde?

Encumbrados dirigentes deportivos que confesaron saber quiénes son timoratos al momento de tener que identificarlos han lanzado la peregrina idea de que son tan respetables como cualquiera desde el momento que son socios y tienen sus cuotas al día.

Esta es una apreciación tan absurda, exagerada  e injusta para la gente de bien, como los conceptos presidenciales cuando justifica emocionada a los *barras brava!, metiendo en la misma bolsa  el ingenuo fervor y el malsano fanatismo,

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El fútbol es para todos, porque es de todos. Con nuestro dinero se nutre y por ello merecemos que se nos diga adónde van las millonarias inversiones publicitarias de este amplísimo plan. Porque es de suponer que además de pagar a los clubes, a las televisoras, a los relatores y comentaristas, una buena parte de es dinero debe invertirse en seguridad. En seguridad del hincha, no en viajes al exterior del barra brava que mediante la extorsión continua, maneja las arcas de las instituciones, digita las comisiones directivas y  cuando algo no es de su agrado, destroza e incendia las instalaciones

Si tienen nombre y apellido, si tienen rostro identificado, ¿por qué andan sueltos ¿Sólo porque son socios y tienen sus cuotas al días?

El deporte más popular  del país y quizás del mundo está siendo tergiversado, distorsionado, degenerado, malversado, transformado en una actividad mercantilista donde el hampa ha sentado sus reales. Y mientras una sociedad sedienta de justicia lucha por el respeto a sus derechos, aquí se ha institucionalizado la compra y venta  de personas al mejor postor, por pieza entera o por partes.

En ese ámbito, donde el deleite no está marcado por el bailoteo de una pelota al compás de una gambeta sino por el tintineo de una caja registradora, no hace falta explicarse porqué andan por allí la violencia y la muerte?.

¿Prohibir la hinchada visitante? ¿Partidos sin público? Eso no  es fútbol. 

Los dirigentes piensan de otra manera. Los funcionarios tienen su propia teoría. Los periodistas deportivos siguen debatiendo múltiples fórmulas.

El hincha sufre El barra brava sigue siendo intocable.

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