Quien camine por las
calles de la Isla podrá advertir cambios en la apariencia de los hombres, que
también dan forma al tapiz de las masculinidades cubanas
Por YOHANA LEZCANO y
VLADIA RUBIO (nacionales@bohemia.co.cu)
Fotos: ANTONIO PONS (foto@bohemia.co.cu)
Fotos: ANTONIO PONS (foto@bohemia.co.cu)
(5 de abril de 2013)
Las
cerca de 20 semanas contadas minuto a minuto por Lucrecia y Armando se
esfumaron ante la ansiedad por conocer si la ecografía confirmaría o no el
anhelo de ambos. “¡Es varón! -gritó orgulloso el padre- ya le vi los…”. “¡Menos
mal! -añadió la mujer en un suspiro- porque solo hemos comprado ‘cositas de macho’”.
En el escaparate del bebé solo resaltaban dos
o tres camisitas amarillas, entre el azul que distinguía a las pequeñas
pertenencias. En una de las esquinas, un carrito, un bate y una pistola de agua
esperaban el momento para convertirse en los mejores juguetes de Jorgito.
Pero Mandy y Lucre no podían imaginar entonces
que 20 años después, el mismo escaparate guardaría pulóveres rosados, camisetas
de tirantes y pantalones brillosos cortados por la rodilla. Tampoco creerían
que una pinza de cejas, brillo labial y de uñas, y una crema depiladora serían
parte de los enseres de su
hijo.
Hoy, son más de un puñado los hombres cubanos
que comparten iguales gustos, más allá de su orientación sexual, admiten
ser presumidos y cuidar de su apariencia. El fenómeno ha sido acuñado por
muchos como metrosexualidad, pero no viene al caso adentrarse en ese
dilema.
Por encima de etiquetas, lo cierto es que
estas prácticas ponen en la cuerda floja a la tradicional imagen de
hombre de pelo en pecho, manos callosas y rostro sudoroso.
Mientras unos transforman su apariencia,
tal vez en son de rebeldía ante patrones añejos, otros asumen esos “arreglos”
-tradicionalmente atribuidos a las mujeres- para estar a la moda, ganar
la aceptación de su grupo o como estrategia para conquistar a las chicas.
Pedro Armando Álvarez, pinareño citadino de 18
años, confiesa que para lucir tiene que sufrir: “aunque me duele, me saco las
cejas para ser más atractivo. Ahora lo que se usa es echarse base y rímel para
ir a la disco. En mi escuela se burlan de los que nunca se han afeitado el
cuerpo, les gritan ¡oyeee, como tienes la selva! Yo no sé por qué no se quitan
los pelos si así se verían más bonitillos”.
Sin prejuicio y con pasión
Otras estéticas
de lo masculino emergen; pero todavía en una buena parte de la
población pervive la idea de que el varón solo debe pararse frente al espejo a
la hora de afeitarse y peinarse.
Para el cooperativista Martín Acosta, de 56
años, “lo más bonito que hay es ser natural, con un pelado correcto, el
pantalón bien puesto y el cinto apretado, para que nos reconozcan como machos;
eso fue lo que me enseñaron a mí. Un hombre para sentirse como tal no tiene que
ponerse areticos ni ninguna de esas extravagancias. ¿Cómo uno va a lucirle a la
mujer con lo mismo que ella se pone?, le estamos quitando su belleza”.
Matizadas por conflictos generacionales, junto
al aplauso, las críticas a esos nuevos adornos portados por hombres, abundan
tanto en zonas rurales como urbanas, según constató BOHEMIA. Las opiniones
más severas arguyen, con una intención peyorativa, “superficialidad”,
“narcisismo”, “pérdida de prestigio”, “flojera”, “cosa de homosexuales…”.
Y no son solo varones quienes fruncen el ceño.
Aunque muchos de los que así se arreglan lo hacen para lucirles a Ellas,
paradójicamente, también a una parte de las muchachas “no les cuadra ese look”.
“Cuando veo a los chicos con cerquillos,
cintillos, carteras, collares… pienso que están compitiendo con nosotras. El
hombre debe ser macho, varón, masculino ciento por ciento, independientemente
del momento que estemos viviendo”, sentencia el mensaje que dejó en el foro la
habanera identificada como Delial.
Pero una cosa no tiene que ver con la otra, y
ni siquiera es privativa de los más jóvenes. Así lo evidencia Norman Márquez,
de 40 años y padre de dos niñas. Él no siente amenazada su masculinidad por
hacerse rayitos, quitarse pelo del cuerpo y echarse crema. “Lo hago para lucir
mejor -comenta este chofer de oficio-. ¿Por qué dicen que esas cosas son
exclusivas de las mujeres, si desde la Antigüedad los hombres usaban aretes, se
pintaban lunares y hasta llevaban pelucas y zapatos de tacón?”.
En
cuestiones de prejuicios también se anota el creer que los hombres homosexuales
solo responden a patrones de comportamiento propios de mujeres. Por suerte,
nuevas posturas colorean el tema, pues ya hay quienes entienden -y defienden-
que la homosexualidad no excluye necesariamente a la hombría, que va más allá
de la simple genitalidad.
Además de los expertos, así lo ratifican
algunos homosexuales participantes en el diálogo promovido por esta revista en
el ciberespacio. Ellos consideran que sus preferencias sexuales constituyen
otra manera de construir la masculinidad. Uno de ellos, Arkangel, expone con
orgullo: “En mi caso particular, siempre he sido un hombre homosexual y
disfruto mucho ser masculino, se trata de sentirnos como somos e identificarnos
y exteriorizarnos como hemos venido a la vida”.
En este afán, el Centro Nacional de Educación
Sexual, junto a los medios de comunicación de todo el país, marcan el rumbo en
la voluntad de aprender a respetar todas las opciones sexuales y sus formas de
expresión.
Tanto la nueva imagen del hombre como sus
preferencias sexuales diversas dan forma, también, al mosaico de la
masculinidad cubana. Cada vez más facetas de la variopinta realidad insular van
siendo aceptadas y reconocidas por la propia gente, que construye la
diversidad.
Brilla, ¿será oro?
Visto
así, los reacomodos en las formas de incorporar y percibir la masculinidad
pudieran pensarse como un resorte para desmoronar los cánones del patriarcado,
pero… ¡cuidado!, no siempre todo es lo que parece.
Para Julio César González Pagés, coordinador
de la Red Iberoamericana y Africana de
Masculinidades (Riam), existe el riesgo de que aunque varíe la forma, la
esencia machista permanezca intacta. No se trataría entonces de masculinidades
más liberales; sino de atributos y solo algunas conductas diferentes, precisó a
BOHEMIA.
“A veces lo que varía es la envoltura, como un
papelito de regalo, pero el contenido ni se entera” -asegura la costurera
Lourdes Mesa-. Yo los conozco con areticos y pantaloncitos apretados, pero que
se quedan de manos y hasta de pies cruzados cuando hay que fajarse con los
trajines de la casa”.
“Igual existen homosexuales que ejercen su
poder para dominar sutil o abiertamente a su pareja y que perpetúan los
estereotipos y las inequidades de los heterosexuales”, opina Wilfredo Pomares,
miembro de Riam.
Un
hombre diferente tiene que serlo en sus concepciones y comportamientos. “Las
nuevas masculinidades se refieren a cambios sociales e ideológicos. Implican un
rediseño total de lo que ha sido la hegemonía del macho”, añade el doctor Julio
César.
En estos vaivenes de la masculinidad, quizás algunas de las transformaciones en
las apariencias pudieran ser el prólogo de un cambio que irá más allá de la
epidermis. Cuando el río suena…
La corta experiencia del diseñador industrial
Ariel Mederos le dice que si al menos se empieza por el cascarón, ya es un paso
de avance, pero aclara “aún así, la masculinidad no son los atuendos que se
llevan.
Yo me afeito las piernas, el pubis y el pecho porque a mi novia le
gusta y a mí también. De igual forma hago cualquier cosa en la cocina y no por
ello me siento menos hombre. Tampoco veo necesidad de maltratar a mi novia,
aunque sea de palabra, para sentirme el más varón de todos”.
En la pizarra de lo cotidiano
Si de
género se habla, el entorno comunicativo intenta, en muchas ocasiones, formar
un hombre distinto; pero en otras tantas, aun sin proponérselo, empuja en
sentido contrario.
El reguetón que retumba en la guagua, los
carteles de artistas famosos y las decenas de gigabytes circulando de mano en
mano con el serial o la novela de moda, también tributan a la construcción de
identidades masculinas.
Más allá de apropiarse de la imagen de moda, a
partir del contexto comunicacional pueden copiarse estilos y proyectos de vida.
El conflicto radica entonces en aprender a distinguir cuáles patrones proponer
y cuáles adoptar.
En los más variados ámbitos de la cotidianidad
los hombres aprehenden la violencia contra las mujeres, contra otros hombres y
contra sí mismos.
Otro gallo cantará cuando sea solo un mal
recuerdo aquello de agredir al de al lado, de palabra o de hecho, por ser de
pequeña estatura, por no tener éxito con las mujeres o poseer un estatus
socioeconómico bajo, por no mostrar habilidades para el deporte, por tener el
pene corto, por ser tímido…
“Si logramos reflexionar de una forma lógica
sobre estos temas, los varones encontraremos una vía para desestresarnos,
porque hay una serie de preceptos culturales que realmente nos agobian. A mí me
encanta ser hombre, pero a veces somos muy hipócritas a la hora de manifestar
esos cambios contrahegemónicos, tal parece que estamos interpretando un
personaje”, opina el coordinador de Riam.
La mayoría de los entrevistados no lo pensaron
dos veces para afirmar que ser hombre en Cuba es pan comido, pero Marlon Cruz,
estudiante de Derecho, piensa que la realidad es otra. “A veces sí es difícil,
porque vives con la presión de no decepcionar, de ser sostén psicológico y
material de tu familia. Aunque hay personas con las que sientes que puedes ser
tú mismo, otros te juzgan y pueden estigmatizarte por mostrarte sensible o por
ser fiel a una sola mujer”.
En cuestión de masculinidades, el camino aún
es enrevesado, pero no faltan las ganas de emprenderlo. Junto a mujeres más
plenas, hombres diferentes ya han comenzado a andarlo, con o sin aretes. Y que
la luna reclame.
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